Por Alejandro Duchini (@aleduchini)
Amigos, preparemos pañuelos para el domingo. Se nos va Ángel Di María y, vaya uno a saber, hasta lloraremos de alegría si le ganamos a Colombia. Pero la referencia es que se va Di María, que su anunciado y lejano adiós ahora está a la vuelta de la esquina. “Es el momento de irme”, lagrimeó y nos hizo lagrimear a quienes lo escuchamos en medio de la euforia post Canadá. Por un segundo, sus palabras serrucharon esa alegría.
Desgarbado, flaco, proclive a las lesiones, su cuerpo no aparenta solidez como para hacer goles decisivos, correr, dar pases y aguantar patadones rivales. Y ataques de los muchos argentinos que lo denostaron. Entre ellos, comunicadores que le desearon lo peor, que lo burlaron y que lo volvieron meme. Que lo arrojaron a los leones en el circo. Redes sociales y canales de tv abierto a comentarios desenfrenados. Pero su cuerpo aguantó eso y mucho más.
Aguantó madrugadas frías en su Rosario pobre cargando bolsas de carbón con sus padres. Y aguantó la fe cuando algo le decía que siga aunque el mango en casa no sobre, que Central lo esperaba y que después Europa y los mundiales y la historia que conocemos.
Si Messi es lo máximo, Di María es el primero de los que vienen después. Ambos rosarinos, como el Che Guevara, Fito Páez, Alberto Olmedo, Roberto Fontanarrosa y tantos otros que cimentan nuestra cultura. Messi y Di María empiezan la retirada.
Hay algo que me gusta mucho del libro «Ya está – Variaciones sobre Messi», de José Santamarina. Habla de Messi pero sirve para Fideo: “Es el veterano de Vietnam que elige la Florida para hamacarse en el porche mirando los últimos atardeceres, evocando en el horizonte las caras chinas que mató y las que se le esfumaron en los túneles subterráneos: los defensores que dejó atrás, los defensores que lo alcanzaron”.
El adiós de Di María no es algo más. Es el primer anuncio de fin de una época que comenzó hace tres años, cuando hizo un golazo en la final de la Copa América ante Brasil, en el Maracaná. Entonces nació lo que hoy conocemos como la leyenda de La Scaloneta.
Messi se sacó la mufa y ya no hubo argentino que lo reniegue. Conocimos a Dibu con el “mirá que te como, hermano”. Y supimos que Lionel Scaloni podía ser el técnico ideal para soñar con el Mundial. Soñamos y ganamos y Messi y Dibu y Fideo la rompieron. Como insignia de un equipo, nos enseñaron que podíamos ser felices más allá de los problemas sociales que siempre tenemos en Argentina. Sobre todo en estos años de pobreza y futuro incierto.
Nos guiaron hacia la alegría. Fueron tan importantes para nuestra sociedad. Pero además siguieron ganando. No es que se durmieron en los laureles. Hicieron de esta Selección la más importante de nuestra historia. Por lejos.
Somos, como sociedad, este equipo que gusta y gana y al que todos los rivales le quieren ganar. Y ahora, en el cénit del sueño, nos vienen a decir que hay uno que se va, aunque no quiera irse. Es el paso del tiempo. Es el primero que nos dice algo así como “muchachos, miren que me las tomo, eh”. ¿Y Messi? “Disfrutemos”, suelta y gambetea sobre sus próximos pasos.
Así que contra Colombia -tal vez la mejor Colombia de los últimos años- nos jugamos más que el título. Nos jugamos la continuidad del sueño y de la realidad a la vez. Porque gracias a la Scaloneta ya no hace falta pellizcarnos para confirmar que nos pasa lo que nos pasa. Ellos dieron vuelta la cuenta: a partir de ahora, cuando los nombres y los resultados no sean los acostumbrados, vamos a pellizcarnos para confirmar que las cosas cambian.
Di María logró que los hinchas de Newell’s lo aplaudan. Dibu, que lo consideren tanto o más que al imbatible Fillol del 78. Messi, que no se hable solo de Diego: en la historia están, al menos, a la par. Scaloni, que la inexperiencia puede ser la mejor de las experiencias. Patearon el tablero. Rompieron los preconceptos y construyeron sobre el desorden.
Así que este domingo, en la previa de Argentina-Colombia, nos jugamos más que un partido. Es la continuidad de un sueño tremendo, tal vez impensado hasta que llegó esta revolución. Desde el lunes, más allá del resultado, veremos los partidos del Benfica de Portugal para ver lo que aún tiene para dar ese pibe que se transformó (y nos transformó) en mito, héroe, leyenda. Lo que quieran. A Fideo, y a sus compañeros de Selección, les sobran calificativos para sentirnos en la gloria.
Porque a la gloria nos llevaron. A la gloria y más allá. Ojalá que le ganemos a Colombia no sólo para ser de nuevo campeones sino para Di María se retire a lo grande. Después, si ganamos, habrá pañuelos para moquear. Y si no, el agradecimiento infinito.
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