Por Gonzalo De Feliche (@GonzaDeFeliche)
¿Cómo renovar la ilusión y soñar con ser campeón de América pasando tan rápidamente la página de la frustración tras no ir a Mundial de Qatar? Es todo un motivo de análisis para la gestión de Néstor Lorenzo en la Selección Colombia. Y todo se dio en un margen de un año y medio. La ‘Tricolor’ casi que tuvo un divorcio entre hinchada-jugadores en 2022 y en esta Copa en Estados Unidos el romance nuevamente luce a flor de piel.
La designación del entrenador argentino por parte de la Federación Colombiana de Fútbol fue bastante discutida. Es que más allá de asistir a José Néstor Pekerman durante años, Lorenzo en propiedad solo tenía experiencia al mando del Melgar de Arequipa. Eso para la opinión pública fue bastante chocante y poder torcer esos preconceptos, por parte de él y su cuerpo técnico, tiene un mérito incalculable.
Primero, decidió «forjar familia». Blindar el grupo. Acorazarlo. Fortalecerlo. Anímica y futbolísticamente. Reunió a la base de jugadores de la Era de Don José (James Rodríguez, Ospina, Mina, Uribe, Dávinson Sánchez, Mojica, Juanfer Quintero), empalmó con la generación siguiente a ellos (Lucho Díaz, Borré, Lerma, Cuesta, Daniel Muñoz, John Lucumí) sumó talento joven (Asprilla, Durán, Castaño, Luis Sinisterra) y le dio valor a nuevas piezas de notable actualidad (Jhon Arias, Richard Ríos). Encajó todo.
Además, a su staff regresó Marcelo Roffé, psicólogo deportivo de los años sonrientes de Pekerman, también sumó a Luis Amaranto Perea que venía dirigiendo en la Liga local y con estudios metodológicos del fútbol europeo, principalmente en España. Hombres de su confianza, Alloco y el PF Leandro Jorge, siguieron dentro de su cuerpo de asistentes. Con ese marco, comenzó a dotar desde lo táctico-estratégico.
El grueso de la carrera de Néstor Lorenzo como jugador tiene un lienzo claro a la hora de pensar esquemas y sistemas de juego. Trazado por Bilardo (jugó el Mundial Italia 1990), convivió en la era de la ‘desaparición de los wines’ y del establecimiento del bendito 4-3-1-2 que en la década de los noventa atravesó el fútbol argentino. Eso más su cotidianeidad con Pékerman, otro pilar del nuestro fútbol en esa época, llevó a Lorenzo a una clara formación de pensamiento.

Hoy su Colombia se adapta a cualquier escenario. Atractivo en posesión bajo un nutrido juego interno, con libertades a sus dos mejores fichas que son James y Díaz, influencia total de laterales en amplitud (Muñoz en rol goleador y Mojica en rol centrador) y una defensa que tiende a recuperar hacia adelante.
Aunque no es un equipo que le escape al roce, al duelo, al choque, a la lucha, a la disputa y también suele contener en bloques más bajos con mejor criterio que años anteriores. Juega y defiende. Tiene el fútbol alegre característico de tierras cafeteras con arraigo en el ‘toco y me muevo’, pero con la enjundia y el deseo de recuperar la pelota en cualquier zona (pressing alto, bloque zonal medio o defensa de contención cercana a su arquero).
Aquellos estereotipos que rondaban sobre el jugador colombiano y su falta de carácter, su liviandad en momentos dificultosos del juego, sus desconexiones en instancias críticas y carencia de rebeldía en cuanto al temperamento, parece que ya no van más. En este grupo de futbolistas no se ve casi que ningún rastro de eso (excepción Muñoz vs Uruguay). Es que Lorenzo y estos jugadores comenzaron su estadía en conjunto revirtiendo marcadores.
En sus primeros juegos hacían mejores segundos tiempos que primeros. Así fueron iniciando su invicto: de las dudas a las certezas. Luego, el tránsito fue llevando a partidos internacionales de peso, primero asiáticos (Japón y Corea del Sur) y luego europeos de prestigio (Alemania y España) como previo al comienzo de la Eliminatoria (única invicta tras seis partidos) y luego de la actual Copa América.
Aumentó su nivel de competitividad y seguía sin perder mientras afianzaba encajes, movimientos y volvía a conquistar a su golpeada afición. Eso los hizo crecer en confianza. Ese temple vulnerable ya no estaba y ahora las victorias ratificaban que irían en serio por un torneo que tuvo a una generación chilena bicampeona y una peruana finalista. Es que la pregunta venía sola ¿por qué entonces Colombia no lograba antes ese salto de calidad? ¿Por qué no lograba disputar una final por un título?
Bajo el contexto entregado, darle las llaves del sistema a James Rodríguez no era una decisión más. Es que eso va de la mano con el historial de Lorenzo como jugador-asistente-entrenador. James tenía que ser el enganche y cara del equipo, adentro y afuera de la cancha. Este grupo lo admira.

En etapas anteriores se veía a Lucho Díaz como el salvador. Desde el extremo izquierdo tenía que hacer todo. Era una Colombia ‘Díaz-dependiente’ previo a quedarse sin Mundial. Con el #10, Díaz no es wing. Es un delantero suelto, el acompañante del centroatacante (Jhon Córdoba ganó sitio por potencia+gol ante el despliegue de presión de Borré, un símil Lautaro vs Julián pasándolo a Argentina) y así consigue libertades de las que también gozó en Porto y con Jürgen Klopp.
James tiene en Díaz y Córdoba dos ofertas por delante, tiene dos talentosos de Brasileirao a sus lados como Richard Ríos y Jhon Arias, quien cumple otro rol táctico con respecto a su función en el Flu campeón de Libertadores con Diniz.
Lorenzo comparó a Arias con Bochini, inclusive: «Estamos en presencia de un gran jugador. Una vez le preguntaron a Bochini, al ’10’ de Independiente que ganó tanto, cómo hacía para jugar tan bien. Él respondió: ‘Yo nada, me pongo donde no hay nadie y se la doy al que está solo’. Cuán simple, eficiente y bien hay que jugar para hacer eso y Jhon es un jugador que le da eso al equipo, por eso lo valoramos y reconocemos como parte importante», dijo el DT, otra vez mostrando su historia táctica de como jugador-asistente-entrenador.
Sumando a eso lo dicho sobre los laterales Muñoz y Mojica, las opciones de relación e interacción para James Rodríguez en esta selección son infinitas. Al menos son seis futbolistas los que comprenden su juego y que hacen parte del entramado en su beneficio. Ahora bien, en esta Copa, el mismo James respondió a esas bondades con sacrificio y despliegue sin pelota. Luego, sus pinceladas en balones detenidos, ítem más decisivo de Colombia en el certamen, son naturales, es parte de su repertorio. El enlace colombiano es la figura, pero hay contexto desde, por y para él.
Y así se fue uniendo el concepto grupo/familia con los matices tácticos, enganchado de los notorios enviones anímicos, lo que trajo despuntes individuales y con ellos el aplauso de los medios y, por supuesto, el fervor de la hinchada. Es que el “hacer familia”, esa forma que suelen mirar un poco mal los amantes de los tacticistas de manual, finalmente termina uniendo. Se juntan, se trabaja, se ensamblan, se crece, se impulsan, se valoran y todo lo demás empieza a llegar con viento a favor.
Cualquier similitud o sensación con el ciclo Scaloni es mera casualidad.
