El Mundial que atravesó mi corazón

Una reflexión sobre las razones que nos llevaron a enamorarnos de La Scaloneta.

Por Marirró Varela  (@marirrovarela)

Cuando me invitaron a escribir esta columna tenía dos caminos: describirlo desde mi rol de periodista que acompaña a la Selección Argentina desde hace ya 32 años o darle un enfoque más pasional, acercarme a esa hincha que copó las calles de Doha y le dio color y calor a un Mundial que jamás olvidaremos. Tomo este último atajo, ese que me lleva a armar un mosaico de momentos atesorados en mi corazón.

El enamoramiento es un estado emocional que se caracteriza por la alegría y la fuerte atracción hacia el otro. Este sentimiento se manifiesta en los individuos de modo tal que sienten que puede compartir todo tipo de acontecimientos de sus vidas. De alguna manera el amor tiene relación con la fe. Y la fe la tuvimos desde mucho antes de Qatar. La llama se prendió en la Copa América, se hizo fuego con la Finalissima y para el Mundial ya era una brasa ardiente imposible de apagar. 

Ese arquitecto de bajo perfil llamado Lionel Scaloni no nos invitó a soñar. Al contrario, siempre eligió tener los pies sobre la tierra. Fuimos nosotros los que nos embalamos atraídos por un equipo lleno de valores con ejemplos a seguir. La Selección es como esa sociedad idílica que supimos ser y que aspiramos a recuperar. Líderes positivos, administradores honestos, trabajadores incansables, solidaridad, unión, inteligencia, talento, esfuerzo, sacrificio…pico y pala.

El camino hacia la construcción de la tercera estrella duró 36 años. Esa ilusión se llevó puesto a grandes equipos y enormes estrellas de la historia del fútbol argentino que lo intentaron sin éxito. El propio Lionel Messi casi queda atrapado en esa aventura. Sin embargo el mejor del mundo decidió insistir y en eso también encuentro una razón para enamorarnos. 

Esa pasión del 10 por la camiseta argentina nos llevó a recorrer 13.000 kilómetros hacia una tierra lejana y exótica. Pasamos de la amargura y la frustración ante Arabia Saudita a un optimismo elevado y necesario después de México. Empezó a cristalizarse ese sueño que se fue alimentando de un amor correspondido. Nos sentíamos convencidos y unidos: plantel, hinchas, todos juntos. 

Las noches previas a los partidos eran interminables y los días, llenos de vértigo e intensidad. Los octavos, cuartos y semis fueron películas de todos los géneros… suspenso, acción, tristeza y euforia. Y la final, dios mío… escribo y me tiembla la mano. Pasamos de la gloria a la debacle en un instante, sobrevivimos al 3-3 de Mbappé hasta llegar a los penales y rezamos. Nos escuchó el de arriba que de amores sabe mucho.

Jamás olvidaré que se me cerró el pecho, que hubo un momento en el que dije “No puede ser, otra vez no se nos puede escapar!!”. Y apareció Dibu, y luego un predestinado Gonzalo Montiel para el penal que pateamos millones de argentinos. Cuando entró esa pelota sellamos nuestro amor eterno con esta “Scaloneta”. 

Por siempre será el Mundial de nuestras vidas, nada lo cambiará. Está tatuado en nuestros corazones. Atravesó como una flecha mi carrera de periodista pero mucho más a la hincha apasionada por la Selección que vive dentro mío. Merecíamos bellos milagros y sucedieron.

Tal vez el éxito de este equipo tenga que ver mucho con la amistad de un grupo de «muchachos» que nos hicieron emocionar hasta las lágrimas. Ellos se hicieron amigos y se juramentaron llegar a lo más alto, ser campeones del mundo. Cumplieron.

Este texto fue originalmente publicado en nuestra quinta revista, dedicada enteramente a la figura de Lionel Scaloni. La conseguís acá: https://t.co/8x8OZ4ZVFf.

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