La felicidad es un viaje

Cuando uno va a ver al equipo de su vida, el camino es tan importante como el destino.

Por Marcelo Lascala (@marcelo.lascala.9)

Cruzan unos mensajes y listo, ya se conocen de memoria. Guillermo y Franco van a ser puntuales. A las 14 horas suben al Bora y van en búsqueda de Luca, que desde hace un tiempo se independizó. Vive en el 5° piso así que a veces tarda en bajar. Lo esperan. Ellos se hacen llamar el equipo titular; a veces consiguen entradas y se suma la ahijada de Marcelo, quizás la más fanática. Pero Catalina ahora tiene un novio rosarino y el amor tiene esas cosas…

Guillermo es obsesivo, por eso salen temprano, casi tres horas antes. A Marcelo no le gusta poner el auto, pero lo hace igual. Es prácticamente un ritual. El cielo plomizo hace que se respire a aire mojado. La barrera del Acceso Oeste se encuentra levantada y eso ya los pone contentos, pero el asfalto resbaladizo hace que Marcelo tenga que manejar con cuidado y se pierda de las conversaciones cruzadas. La radio encendida va de adorno; nadie le presta la menor atención.

Al llegar al lugar de siempre, el locador del espacio público sentencia: «Son dos ballenas». Marcelo paga y no se lamenta, porque a Carlitos De La Lora lo conocen desde hace doce años. A esta altura es una relación de amistad.

Carlitos guarda las ballenas y echa una bendición: «Hoy ganamos». En realidad ni siquiera saben si es hincha de River, pero aceptan su buen deseo y siguen. Los árboles de Figueroa Alcorta gotean… Hoy parece que vinieron todos: «Hay gorros, camisetas…» se oye a lo lejos. 

Mientras caminan por el parque respiran aire puro que va formando un composé con el olorcito a bondiola, choripanes, patys, cebollas, chimichurri y salsas varias. «Sucede que los pibes y pibas de ahora son gourmet», dice Guillermo. Esos aromas indican que van en el camino indicado y están cerca. 

El pibe de UTEDYC los palpa como si fueran delincuentes y los policías cada tanto hacen una compuerta. No sirve de nada porque la abren y la cierran cuando a ellos se les antoja, pero tal vez eso los haga sentir bien. Nadie comprende la razón para tanto circo.

Se acercan. Franco y Luca se sacan selfies que nunca pasan al grupo de Whatsapp. Guillermo tarda un poco más y promete que el lunes se pone las pilas y va a empezar a caminar. Marcelo lo espera cada tanto. Sabe que son ciento once escalones para llegar a la ventana que los va a encandilar con un manto perfectamente verde. Cuando lo ve piensa que si no estuviese geométricamente delineado se asemejaría a una mesa de billar.

Ahora sí, ya están los cuatro ahí, detrás del arco. No se pueden sentar; el escalón de cemento está mojado por la lluvia, que ya no está pero dejó su huella. Al rato llega Fitu con sus amigos y generan un microclima marihuanero. Fitu siempre pregunta las cosas. A veces pareciera que se va sin saber qué pasó, pero es el unico que cuando empiezan los cantos sobre negros y putos sentencia: «eso no va más, es de otra época». Por su manera de pensar se ganó el corazón de todos.

Julián Álvarez la clava en un ángulo y se arma el racimo de abrazos. Marcelo busca a Luca, Guille hace lo propio con Franco. Ese instante, ese abrazo, es lo que quieren, lo que necesitan, lo que buscan, para eso vienen.

Vuelven al auto. Carlitos De La Lora cumplió su trabajo, cuidó el vehículo. Saluda desde lejos tirado junto al árbol, intenta un movimiento y el ruido de unas botellas vacías delatan la razón de sus gestos poco sincronizados. No se le entiende bien lo que dice, nunca se levantó. Esa tarde le tocó perder por knock out.

Ahora tatúan la alfombra del auto con las suelas embarradas del parque. Eso a Marcelo le molesta mucho, pero todavía faltan las sobras de palitos salados y papas fritas que Guillermo llevó. Ni que hablar cuando se vuelca la famosa bebida cola mientras pasan los vasos de atrás para adelante e intentan sintonizar la conferencia de prensa.

Valió la pena. Es el costo de la felicidad.

Estos son los verdaderos protagonistas. Pero así como ellos, hay miles con su misma historia…

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