Por Sócrates Atanzio (@SocratesAtanzio)
Podés leer la primera parte de este artículo acá: https://lapelotasiempreal10.com/analisis/reflexiones/raza-gen-raiz-y-tierra-parte-1/
Tantas décadas degradando nuestra imagen sobre el estilo y forma latinoamericano de jugar a la pelota llevó a que surgiera la creencia de que el retraso intelectual para leer el juego limita nuestras condiciones para competir.
Si intentamos desenredar las costuras del lenguaje obtenemos algunas respuestas interesantes. Uno de los códigos que comparte la comunidad futbolera son los dialectos, y es a través de ellos que creamos las relaciones de estética, imagen y cultura. Inventamos una identificación.
Esta costumbre es rara. En un deporte dominado por la tecnología y elitizado de arriba a abajo, no hay lugar para «artesanías». En otras palabras, el fútbol inerte no se derrama en la memoria de quienes lo comparten, sólo sirve como un escape inmediato, una diversión artificial de contenido dopaminérgico. Sin acceso a las puertas del afecto lo que depende exclusivamente del alma se vuelve incapaz de sobrevivir.
Potrero, el sinuoso camino de tierra
Con todo este sistema cancerígeno hemos alcanzado el umbral capaz de explicar la conducta suicida estimulada en la cultura futbolera. En primer lugar, es necesario hablar del fracaso de no tener el fútbol en el centro de las relaciones humanas.
Si se piensa que el juego es externo al ser humano y al entorno como cualquier objeto o trabajo es poco probable que llegue al éxito de su esencia, que se configura en jugar a la pelota. No en su sentido corpóreo y terrenal, sino en su significado para el mundo, el logro de liberarse de la impaciencia mecánica de la vida y ser un individuo en ascenso.
La pelota es lo sagrado. Ella narra. Y como sabemos, está entrelazada en la época contemporánea a través de lenguajes, signos, ópticas. De la misma manera que en una película el ocular es capaz de sensibilizar al espectador hasta el punto de unirlo a la historia, en el fútbol quienes juegan y quienes miran (aunque pertenezcan a una unidad creativa) sienten la misma causa. La cancha no está separada de sus entes.
Cuando se pasa a pensar el fútbol como una práctica aislada de la noción física del ser humano, en este caso controlada, medida y definida (alto rendimiento), nos alejamos directamente de su carácter fenomenológico. Se descarta el orgullo de la creación humana y cuando visualizamos un intenso contorsionismo simbólico para la aplicación de métodos infames, se entiende que todo esto es cuestión de tiempo, modos de producción y moral.
Desde que el fútbol sufre cambios en su formato a nivel industrial, hemos perdido un poco de lo que lo convertía en un completo placer. Quien regula descaradamente la forma de jugar al fútbol es el mercado.
Lo vivo y lo bello
¿Qué se necesita para la felicidad moderna? Consumo. El sentido del mundo son las convicciones de las personas, y en eso nunca estaremos hablando de estética o planificación. Desde que aceleramos el modo de vida hemos ido perdiendo el sentido del gusto y sobre todo la voluntad.
¿Qué es lo que hace que te guste el fútbol? ¿O una catedral? ¡¿Qué es tan importante?! ¿La materia, la ocupación espacial? Hace mucho tiempo que no se piensa en la vida. Cuando Roger Scruton (2009) nos pregunta abiertamente adónde se fue la belleza está hablando de eso.
La forma de pensar sobre las relaciones (el juego) se refleja en la forma en que construimos la sociedad. Si no es necesario pensar en la plenitud ni en la importancia de cada elemento vivo para que exista una armonía visual capaz de trascender lo humano en cuestión (el ser de emoción), no necesitamos más que dedicar horas sobresaltadas viendo vallas publicitarias.
La escasez de creación es inherente a nuestro tiempo, a nuestra forma de vida. Como trata Kant en “La Crítica de la Facultad de Juicio”, para encontrar la belleza en algo es necesario que su reflejo pase por el tamiz del desinterés; el puro desinterés de la razón. Una cosa es bella precisamente por la gracia de estar ahí y desde el momento en que pasamos nuestros gustos por el filtro de la utilidad matamos lo que hace que una persona sea persona: la emoción.
Lo mismo ocurre con el lenguaje, precisamente con la forma en que conjeturamos nuestro entorno y establecemos cómo vivimos: la cultura. En este sentido, hablando también del mundo y de América Latina, estamos hablando de una barrida histórica.
Lo nuestro
Todos nosotros estamos encerrados en una mera definición vira-lata. Subyugados a la propia insignificancia y a la voluntad de imitar. Y según lo expuesto resulta imposible identificar si es pelada, fulbo, peloteo o un picadito.
Seguimos una línea cada vez más racional, disfrazando la audacia, anulándonos. Esta es la verdad detrás de la desaparición de elementos de nuestro juego que se refieren a la comunicación del tiempo, el espacio, el hombre y la pelota. Como dice el viejo húngaro, es el factor determinante para que pensemos la vida.
«Mi lengua, mi patria», diría Fernando Pessoa. Mientras tanto, la desaparición de figuras construidas bajo nuestra mirada tiene que ver directamente con la modernidad y el sometimiento al capital.
El latino rompedor
Así podemos llegar a la pregunta que motivó la creación de este texto. ¿De qué ámbito hablamos cuando hablamos de fútbol? El pensamiento rutinario de un juego juzgado, definido y limitado a sí mismo rompe con la naturaleza de lo impredecible. Es esto último lo que permite la lógica completa de creación del propio deporte.
Dada la desaparición de imágenes tan personales y tan propias de sus culturas, estamos ante un potente fenómeno comercial. Cuando no hay rasgos, ornamento y dimensión, no se cumplen las tres causas de que algo sea importante y verdadero: ser bueno, bello y justo.
Lo doloroso es comprender que aunque sigan existiendo jugadores de poder trascendental los medios los anulan para que sean cada vez más duros y sin memoria. Y sin memoria no hay movimiento. Y sin movimiento no existiría lo más bello de las cosas. Nuestros rasgos no pueden ser los de un autómata¹, afirma Pasolini.
Es por eso que el gusto por el juego se apaga ante cualquier partido de un campeonato nacional. Si se tiene a Crespo en Argentina, Salas en Chile y Adriano en Brasil, significa que las consideraciones humanas sobre el juego están ahí física y moralmente.
Es como leer la Odisea a cualquier griego o el Bhagavad Gita a cualquier indio. No será un texto cualquiera, sino un proverbio tan propio, interno y real, que te concierne incluso en esa condición, una transfusión metafísica entre el hombre y el juicio de su alma. Raza, gen, raíz y tierra.
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¹ Pier Paolo Pasolini en Los Jóvenes Infelices denuncia el modo de vida de los jóvenes de aquella época. Agotados por la futilidad y con la cabeza regulada por el consumo, los ‘setenteros’ italianos son para el gran cineasta una aberración ética y moral.
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Referencias
Scruton, Roger (28 de noviembre de 2009). Por qué importa la belleza (documental). BBC 2.
Kant, Immanuel (1892). Crítica del juicio. Traducido por J. H. Bernard, Nueva York: Hafner Publishing, 1951.
Galeano, Eduardo (1971). Las venas abiertas de América Latina; L± Traducción de Sérgio Faraco.