¿Campo? de exterminio: Parte 1

Un análisis desde las ciencias sociales a nuestra identidad latinoamericana y cómo se relaciona con el fútbol.

Por Sócrates Atanzio (@SocratesAtanzio)

«Y nada de eso es más triste que un corazón que no acepta la sangre que lo tiñe.»

El material que producimos tiene poco que ver con nosotros y se vuelve cada vez más genérico; son vestigios de las marcas coloniales que hacen que no nos aceptemos en tiempo y espacio. Cuando uno se deja perder en el tiempo y se vuelve incapaz de tocar las intimidades de la memoria cultural, asume la tarea de prostituirse ante los dioses artificiales del mundo capitalizado y especializado. Eso es lo que ellos quieren.

El fútbol es una idea que también entra en esos parámetros. Los valores que consideramos importantes suelen ser distorsionados tanto dentro como fuera del deporte, aunque odiarse sea diferente a negarse a uno mismo.

Rodeados de deslumbrantes máquinas grises que ocupan cada terreno abierto, se dificulta más sentir la energía de un juego indomable, puro e ilimitado fluyendo en la piel. Ese juego insubordinado cuando se vende es como un pájaro en cautiverio, porque no se enseña a jugar a la pelota como se enseñan matemáticas. 

El arte compartido, unido y separado como la serie “Los Desnudos Azules” de Matisse no se inyecta en las personas sino que se hace en ellas: es porque debe ser. Simplemente se dirige hacia algunos elegidos (los que tienen alma) y les dice «sos futbolista».  

Los frustrados -quienes se quedan con las facultades de juicio y separan sus horas para organizar las cosas- detonan la lógica natural del negocio invirtiendo en reglas y formas que lo atrofian. El positivismo científico se convirtió en el arma principal de este grupo.

Combinan estadística, materialismo, evidencia puramente física y concretismo para negociar el intercambio entre lo anticuado y lo moderno, lo primitivo y lo avanzado, una raza y otra.

Sinónimos: raza, valor y localidad

Enfocándolo desde ese plano nos embarcamos en un camino sensible, un árbol que intenta encontrar la luz solar sin importarle cómo hacerlo. Y en el fútbol nos enfrentamos a una moral poseída por la hiperespecialización del trabajo -únicamente capaz de pensar en la producción y el producto sin llegar a comprender el fenómeno-, haciendo que la práctica se rinda ante la fría prueba de lo real y deje de lado su plano humano y abstracto. 

La raza es un elemento que depende exclusivamente de la conciencia y solo garantiza su importancia si está debidamente incrustada en lo metafísico, el sentido social que determina lo que será relevante para las relaciones dentro de la sociedad. 

Es el conflicto que más formas tomó a lo largo de la historia de la humanidad, pero sigue siendo principalmente un juicio más relacionado a lo moral. Forma parte del sentido común, y únicamente en pura situación de pertenencia una u otra raza puede o no ser identificada por el entorno.

El valor tiene un peso único en estas decisiones colectivas. Los valores son ideas, y la idea de raza está a la altura de las convicciones que rodean el entorno. Cuando hablamos de latinidad (el sentimiento compartido de verse latino fenotípico-racialmente), algo caracterizado por el mestizaje, nos encontramos ante el deseo tiránico de envolverlo en un paquete y guardarlo en el fondo de un cajón. 

No hay lugar en las ideas que compartimos para comprender nuestra raza/identidad. No hay espacio para comprender al individuo a la luz de su raíz. Con esto, la localidad se convierte en capital. Precisamente ella es la materia para que todo esto sea extraído del campo de las ideas, es nuestra inmanencia como individuos. 

Respiro el aire de aquí

Lo local es la cultura que se ve en cada pared y el conocimiento compartido da significado simbólico a esas prácticas, contabilizando así valor (moral) para la existencia de un sentido de pertenencia. Por tanto, las señales del mundo dependen exclusivamente del acceso que permita lo local.

Cuando unimos estos conceptos y divagamos sobre su actualidad en el fútbol nos encontramos ante una realidad que desconoce estas dimensiones que forman el juego. Y ni hablar de respetar cada una de estas unidades como objeto de promoción de una actividad cercana al expresionismo.

Hay que entender al humano como algo completo, inmenso y profundo, sensible a las ocasiones temporales del espacio. Es un paso inerte para el fútbol. Sin movilidad no hay vida. 

Todas estas condiciones de raza y sus valores pertenecen a la inestabilidad e irreductibilidad del movimiento. Por eso no habría “fútbol cafetero” si no hubiera cumbia. Solo hay samba si hay ciranda. Y cada una de estas «celebraciones» sólo existió si primero inventamos las Américas. 

Desconectados de la noción de identidad

La uniformización de las relaciones es un fenómeno de avance humano que se ha vuelto inherente a la modernidad. Las relaciones laborales modifican las relaciones humanas. Todo debe ser velocidad. Importa la producción, y más aún, la reproducción. Las epifanías industriales vuelven asépticas a las personas e instalan un abismo en su humanidad.

En el fútbol no es diferente, y al pertenecer a esta red de microorganismos sociales, todo aquello de lo que se alimenta la sociedad también es devorado por ella. El fenómeno del aburrimiento también se apodera del deporte. Aún así en su caso se vuelve un poco más problemático porque adquiere la impronta de la raza y el valor. 

Como sudamericanos cultivamos una forma de vivir la vida lenta, placentera y contemplativa. Esto nos marca como individuos de culturas que se entrelazan más allá de las tensiones del lenguaje. 

La forma en que se ve el mundo es la misma desde Bogotá a Recife, desde Lima a La Plata. La forma en que entendemos el mundo se refleja en la forma en que jugamos al fútbol, al fulbo, al futebol o a la pelota.

Sin embargo, quienes promueven este “espectáculo” desde las sombras tienen el resentimiento encarnado de ver este juego multimillonario en la intimidad de las clases bajas, hijo de la cultura popular.

El fútbol latino aborda el paradigma moral de la reforma. Y esto se trata de raza y cultura. Es racial desde el momento en que sabemos que el deporte está dominado por quienes siempre han estado a cargo de los negocios acá: la clase alta. Y son precisamente ellos los que en el fondo odian que un juego que debería ser exclusivo sea lo suficientemente inclusivo como para apoyarse en las habilidades capoeiristas o en el llanto de Gardel.

Poder y no-poder

Cuando abordamos la raza entendemos que lo que odian es precisamente la posibilidad de que el fútbol provenga de las condiciones del arte para todos, cosa que provoca una ebullición de peculiaridades que marcan nuestro estilo.

La subversión o la indiferencia pertenecen a la capacidad de las clases bajas de ser absurdas con la vida, de embellecerla frente al caos. El odio colosal de nuestra burguesía radica en su fracaso para controlar ese tipo de capacidades que hoy solo pertenecen a la raza supuestamente menos educada.

La turbulencia de este fenómeno, a pesar de ser un pensamiento burgués, llega de todos modos a las masas. Y lo más común de todo es poder ver en un plano casi físico la desaparición de nuestra identidad y el predominio de tendencias disonantes. Los medios de comunicación son grandes culpables.

Llaman la atención los discursos que propagan la llamada «maldición genética» del fútbol brasilero recapitulando pasajes como el Mundial de 1950 con Moacir Barbosa y el de 1954 con toda la selección -Didí, entre otros-. Allí vemos que el razonamiento es esencialmente colonial. Nada nuevo bajo el sol.

«A la burguesía industrial de América Latina le pasó lo mismo que a los enanos: llegó a la decrepitud sin haber crecido. Nuestras burguesías hoy son funcionarios de corporaciones extranjeras todopoderosas.» 

Galeano, 1971, p. 276

Este pasaje de «Las Venas Abiertas de América Latina” sintetiza en número y grado la burla racial cultivada por esta clase y su necesidad de desvincularse de la masa/cultura -sucia y genéticamente desfavorecida-. El deseo de proyectarse ante el mundo como capaces de ser extremadamente civilizados alimenta sus convicciones racistas desde hace 500 años y podría hacerlo 500 años más.

Podés leer la segunda parte de este artículo acá: https://lapelotasiempreal10.com/analisis/reflexiones/raza-gen-raiz-y-tierra-parte-2/

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