Por Fabio Martín Olivé (@fmartinolive)
El segundo gol de Racing, que sentenció el triunfo, comenzó con Martín Santoro, un adolescente alcanzapelotas, y lo finalizó Juan Fernando Quintero. Desde el pibe que se está formando hasta el ídolo del equipo que hace delirar a los hinchas. Entre esos hinchas también podríamos contar a Gustavo Costas, quien está en el banco como entrenador pero bien podría estar en la platea abrazándose con su familia.
En la mancomunión racinguista se destaca la figura de Quintero. El diez que juega con la camiseta número ocho (como Riquelme en Villarreal, otro de su misma estirpe) resaltó, post partido y emocionado, que él trata de disfrutar. El goce como objetivo, ese que muchas veces parece vedado para los futbolistas que deben cumplir burocráticamente sus órdenes. Ese goce que nos genera ver jugar a Quintero, aunque lo haga mucho menos de lo que nos gustaría.
Esa noche copera ante Corinthians, Costas contó que “a los 5 minutos del segundo tiempo lo quería sacar. La estaba rompiendo y cuando le dije a mis colaboradores de sacarlo, me dijeron que estaba loco”.
Pero Costas no come vidrio. El motivo no era futbolístico sino sentimental: “A él le dije por qué quería reemplazarlo. Era porque quería se vaya de la cancha de la manera que salió. Es un pibe que se comió muchas cosas, con temas personales. Los jugadores no son robots, pero tuvo problemas familiares y yo quería que se vaya así. Quería que lo ovacionen”.
Juanfer Quintero no juega para los entendidos, no encierra su fútbol en el ámbito académico, sino que lo saca a la calle, lo democratiza y lo vuelve un bien común. Es una política de estado para todos y todas, incluso para aquellos que se quejan porque “no corre” pero lo aprecian en silencio y se regocijan en su culposo onanismo.
«A la hora de entrar al campo, soy un niño. Trato de llevarlo a lo que es la fluidez y naturalidad con la que juego, y basándome en la responsabilidad tanto en lo táctico como en lo grupal», confesó en una entrevista en la que afirma que nunca de lado el aspecto lúdico del juego que aún lo enamora.
Como dijo después de ganar la Copa Sudamericana: «Plata y miedo, nunca hemos tenido». Una célebre frase de Groucho Marx dice “Estos son mis principios, si no les gusta tengo otros”. Juanfer no las cambia ni las deja en el vestuario. Con sus convicciones firmes afronta cada partido con el afán de divertir y divertirse; ser feliz y hacer feliz; disfrutar y que disfruten.
Para Quintero «los conceptos deportivos y de cada entrenador son diferentes. Eso es lo bueno del fútbol. Utilizar un jugador de características creativas en cualquier posición. Uno se debe adaptar a la evolución del juego y no olvidar sus cualidades como 10. Hay un tabú con el 10 que siempre se acomoda en cualquier parte, que él siempre va a mostrar su jerarquía y condiciones futbolísticas”.
Y es que, a lo largo de su trayectoria como futbolista, Juanfer nunca perdió su singularidad. Es colombiano y se jacta de ello en cada movimiento. Cada pase, cada recepción, cada caño, cada remate, desprende la alegre musicalidad de un vallenato. Muestra orgulloso sus orígenes y su cultura en cada gambeta.
El fútbol es eso que ocurre cuando Juanfer recibe la pelota y termina cuando la suelta. Todo lo que pasa en el interín es un vacío que no sé cómo se llama ni me interesa. Como este texto, que empecé con la excusa de escribir sobre él y ahora que ya lo hice, no sé ni me interesa continuar.
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