Maestro y ganador

Compartimos el prólogo de nuestra cuarta revista digital, dedicada a Carlos Timoteo Griguol.

Por Alejandro Fabbri (@ale_fabbri)

El centrodelantero Eduardo Montecello conectó el cabezazo y puso el 4-1 para Racing en el tercer minuto del segundo tiempo. La popular académica deliraba y el equipo que dirigía el Toto Lorenzo se encaminaba a una goleada histórica. En cambio, las caras y los gestos de los hinchas de Ferro buscaban el banco de suplentes y elegían al técnico que había llegado dos meses antes como el único culpable. Ese entrenador era Carlos Timoteo Griguol y el cuadro estaba sumando su quinta derrota en nueve partidos de aquel Metropolitano de 1980.

Sin embargo, la reacción verdolaga llegó: cabezazo de Saccardi, otro de Rocchia, un tiro libre del brasileño Rodrigues Neto y a tres minutos del final, otro testazo, esta vez del delantero Claudio Crocco. Ferro dio vuelta todo, lo ganó 5-4, Griguol salvó su cabeza y aquellas quejas destempladas de las tribunas cambiaron a una euforia descontrolada. Aquel domingo 3 de abril fue un punto de inflexión.

Nadie en su sano juicio hubiera pensado que el entrenador cordobés -acompañado por el profesor Luis Bonini en la parte física y con Carlos Aimar como ayudante de campo- sería el gran responsable de aquel lustro histórico entre 1981 y 1985, cuando Ferro ganó dos títulos, fue subcampeón en otros tres campeonatos, jugó la Copa Libertadores y generó un grupo de jóvenes salidos de las inferiores que hicieron historia en Caballito.

El maestro cordobés se tomó su primera temporada de 1980 para conocer al dedillo a sus jugadores, dejar de lado a varios experimentados (Héctor Arregui, Julio Apariente, Rubén Rojas, Rubén Sánchez y el propio Rodrigues Neto) para producir una renovación y trabajar sobre todo con aquellos que venían creciendo en Reserva y se acoplaban al plantel. Para aquel equipo inicial Griguol trajo a dos desconocidos: Mario Gómez, lateral derecho de Kimberley, y Adolfino Cañete, un joven y talentoso mediocampista ofensivo que llegó desde Atlético Tembetary, un club del Paraguay que nadie conocía en el país. Para 1981 Barisio fue su arquero y llegaron Julio Jiménez, talentoso uruguayo creativo de Vélez, y el goleador Miguel Ángel Juárez, la figura de Platense en los últimos dos años.

Se armó el nuevo Ferro. Con entrenamientos particulares, con el complemento que significaron las charlas y los intercambios con León Najnudel, el técnico del básquetbol verde. Con Aimar siguiendo de cerca la evolución de los pibes, ese equipo le peleó el título al Boca de Maradona hasta la última fecha. Los Xeneizes ganaron el Metropolitano por un punto. Y en el Nacional, Ferro cayó en la final ante River por obra de Mario Kempes, que hizo el gol del éxito.

La base estaba preparada. Un equipo que tenía una defensa áspera pero al mismo tiempo con una jerarquía indiscutible. Salía de memoria el Gómez-Cuper-Rocchia-Garré del fondo, así como el mediocampo con Carlitos Arregui, Cacho Saccardi y el paraguayo Cañete, Crocco por la derecha adelante acompañado de Jiménez y Miguel Ángel Juárez. El Nacional del 82 fue una fiesta: Oeste lo ganó invicto, con 16 victorias y 6 empates. Hizo 50 goles y le metieron 13 tantos. Miguelito Juárez convirtió 22 de los 50.

Campeón del Nacional 82, tercero en el subcampeonato de 1983, campeón del Nacional 84 dándole un baile fenomenal a River en el propio Monumental (con Enzo Francéscoli y el Beto Alonso en el equipo contrario) y cerrando un ciclo exitoso irrepetible. Ya dos años después del primer título tenían hombres de la casa en varios puestos: Víctor Marchesini sustituyó a Rocchia, se había retirado Cacho Saccardi y era el tiempo de los atrevidos Beto Márcico, Oscar Acosta, Esteban González, el rubio Fantaguzzi y Palito Brandoni en el medio, más Noremberg, Bauza y Gargini, una suma de chicos que habían evolucionado bajo su guía y sabían de memoria el libreto de un equipo que silenció al grupo de periodistas que los calificaban de “aburridos” y  “tristes”.

El club andaba fenómeno en casi todo, el plantel estaba al día, no había barra brava, los jugadores no se concentraban antes de cada partido y encima les ganaban a todos. Claro: no eran River ni Boca, por eso a un sector de la prensa le molestaba ese equipo humilde y solidario, de un juego colectivo que los hacía ser respetados y admirados por muchísima gente.

Griguol se mantuvo al frente en toda la década, salvo una temporada en River donde no le fue muy bien. Regresó y siguió proveyendo de jugadores a la primera división. Ya no tenía a sus cracks del inicio, pero siempre alcanzó para pelear puestos cerca de los líderes y en todo caso, si las cosas no salían muy bien, para no pasar problemas con los promedios. Después de un ciclo que abarcó casi una década y media, dejó Ferro buscando otros desafíos. Los consiguió en Gimnasia de La Plata. Hoy Ferro se acerca a sus 120 años de existencia (los cumplirá el año próximo) y nada hay más importante en su historia deportiva que lo que hizo Carlos Timoteo Griguol en su gestión.

Buen juego, formación de muchísimos futbolistas, mejoría general de sus habilidades, un respeto por el adversario, buena conducta, conocimiento del juego, la insistencia en que los muchachos se desarrollasen también en otros aspectos de su vida, que estudien, que progresen y siempre la palabra atenta para aconsejar, desde la humildad y el sentido común.

Casi que no existen hoy entrenadores como Timoteo. Se fueron apagando esos maestros que dejaron huellas pero tienen pocos discípulos, vaya uno a saber por qué. Timoteo, Griffa, Zof, Pekerman, Duchini, Mariani. En fin, el fútbol sigue y Timoteo quedó en la historia haciendo un Ferro impecable. Hoy el respeto por el Maestro Cordobés es masivo y absoluto. Bien merecido.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *