Por Emiliano Rossenblum (@emirossen)
Una maldita fecha de un ya de por sí fatídico año 2020, Diego Armando Maradona nos dejaba huérfanos de D10S. Leí por esos días una frase muy acertada: “Parece que todos perdimos al mismo familiar”. Y es que lamentablemente, ese personaje se llevó consigo un cúmulo de sentimientos colectivos inabarcable, muy difícil de describir.
#SiDiegoViviera no habríamos perdido ese fenómeno llamado Maradona, tan transversal a la sociedad argentina (y en menor medida, sudamericana y mundial) que a todos, un poco más o un poco menos, nos afectó. Fue elemento de unión y desunión, de conciliación y confrontación. Sin grises e incapaz de dejar indiferente a alguien.
Pero ante todo lo que perdimos fue la representación de nuestra cultura, de nuestro modo de pensar y sentir. No se nos fue un jugador de fútbol, se nos fue un personaje único e irrepetible. Y hablo de un “personaje” porque en realidad la persona, el jugador y la figura pública eran partes de un todo indisoluble. Si se lo sentía como un familiar más, como afirma la frase del principio, era justamente a causa de ello; su vida era tan mediatizada que todos lo “conocíamos”… aunque realmente no lo conociéramos.
Por eso es complicado intentar abarcar a Diego como “concepto”. Cada persona tiene su propia perspectiva, su propio Diego. Y probablemente ninguna esté equivocada; vivió tantas vidas en sus 60 años que con Él hay pocas verdades absolutas.
En lo que sí puede haber consenso es en lo que generó específicamente en los futboleros argentinos y napolitanos. Todas las alegrías y las tristezas que tuvo las acompañó con otra de las constantes de su vida pos-1986: el apoyo de la gente. Ese que siempre agradeció, porque como él mismo admitía, es difícil ser Maradona. Siempre que lo necesitó, tratamos de devolverle una parte de todo lo que nos dio. Y en ese “intentar devolver” reside el secreto de su éxito para trascender generaciones; a diferencia de Pelé, Cruyff y tantísimos otros, la figura de Diego fue más allá y nos dejó en una eterna deuda.
Por eso el 25 de noviembre de 2020 significó miles de abrazos entre padre e hijo, lágrimas de abuelos, tristeza compartida entre vecinos, y abuelas, madres e hijas que también acompañaron y sufrieron. Porque cada 25 de noviembre miles de pibes aprenderán que hubo alguien que pateando una pelota demostró que se puede triunfar sin perder autenticidad. Porque recordarlo es recordarnos a nosotros mismos y a nuestra sociedad. Y porque es nuestro. Lo será siempre.