Por Augusto Dorado (@AugustoDorado)
Hoy se cumplen 45 años de un récord absoluto en el plano internacional: el 29 de junio de aquel 1975, Independiente conquistaba su sexta Copa Libertadores, que además era su cuarta conquista consecutiva. De ahí, el “tetra récord”: todavía no hay equipo que haya logrado igualar la marca de tantas copas seguidas del torneo más importante de América.
Pero tratándose de fútbol, los números por sí mismos no dicen demasiado. La clave está en dimensionar el mérito deportivo de aquel equipo, al que la prestigiosa revista inglesa Four Four Two (una de las mejores publicaciones del mundo relativas al fútbol) calificó como uno de los 20 mejores equipos de todos los tiempos: le asignó el 13° lugar.
Entre los elementos destacados, Ricardo Enrique Bochini ubica en primer lugar a la incorporación de Percy Rojas, “muy buen delantero peruano, que además de hacer goles sabía con la pelota y por eso podía jugar de 8, de 10”, explica en su autobiografía (“Yo, el Bocha”, editorial Planeta, 2016).
Aquel Independiente de América tenía argumentos futbolísticos de sobra para revalidar su título: una defensa sólida comandada por Pancho Sá, el ChivoPavoni y en la mitad de la cancha el Negro Galván; un delantero punzante como Agustín el Mencho Balbuena (“El win que todos admiran, el hombre que nadie conoce” titulaba José María Otero en la revista El Gráfico en 1973 en una nota en la que describía a “uno de los mejores punteros derechos de toda la historia de Independiente”) y la dupla indestructible generadora de paredes infinitas que conformaban el Bocha y Daniel Bertoni, todos ya con historia y trayectoria en el Rojo a las ordenes del también ya consolidado y respetado Pedro Dellacha en el banco con su saco de DT (porque todavía no eran épocas de buzos deportivos).
Aquel Independiente era producto de un fútbol que ya no existe: un deporte en el que los clubes podían consolidar equipos basados en jugadores que pasaban juntos varias temporadas enteras, que podían conocerse en profundidad, que permitían a un futbolista madurar y desarrollarse. Pero las condiciones eran iguales para todos.
El Independiente del ´75 tuvo que superar en la segunda fase -a la que tuvo derecho a ingresar por ser el campeón vigente para esa 16va. edición de la Libertadores(también eran otras épocas de la Copa, con un formato totalmente distinto al actual)- a equipos gigantes con los que se sacó chispas: el Cruzeiro decracks como Vanderlei o Dirceu Lopes (el equipo completo de Cruzeiro-excepto un jugador- participó en algún momento de la selección de Brasil), y el Rosario Central de Kempes, Aldo Pedro Poy y los hermanos Killer, dirigido por Carlos Timoteo Griguol. La prueba de lo difícil que era superar estos dos grandes obstáculos está en los resultados: empate de los 3 equipos en 4 puntos (cada uno ganó dos y perdió dos partidos), pero clasificación del Rojo a la final por diferencia de goles.
De hecho, Independiente hizo gala de atributos que decoran la letra de su himno: “Somos los de Independiente, de pierna fuerte y templada, guapos para una jornada digna de un team muy valiente”; el equipo empezó perdiendo 2-0 sus dos primeros partidos contra estos rivales y tuvo que remontar esas adversidades. Y, por si fuera poco, uno de los momentos decisivos lo definió con un golazo del Bocha al Canalla, en el que eludió a 4 rivales de un equipo de Griguol que hacía de la defensa un principio inalienable: González, Pascuttini y los hermanos Daniel y Mario Killer quedaron en el camino, y la maniobra selló la suerte de Independiente cuando faltaban sólo 7 minutos para el final.
Hay un sentido común en el fútbol actual que minimiza la dificultad de la competencia en aquellos años: “Independiente entraba en la segunda fase”. Claro, era el derecho de cada equipo que salía campeón de la edición anterior; del mismo derecho gozaron otros campeones argentinos como Estudiantes y Racing o luego Boca. Las reglas eran iguales para todos. Pero lo que no se recuerda es que las finales se disputaban de otra manera: no había final única ni diferencia de goles. Independiente llegó a la final con Unión Española de Chile perdiendo 1-0 en el primer encuentro en Santiago y pese a la victoria por 3-1 en el viejo estadio de la Doble Visera (goles de Percy Rojas, Pavoni y Bertoni, descuento de Las Heras para los visitantes), hubo que jugar una final desempate en cancha neutral.
Allá viajó el plantel de Dellacha, a Asunción del Paraguay. Hasta el Estadio Defensores del Chaco el plantel llegó acompañado de una leyenda del Rojo y del Paraguay: Arsenio Erico, máximo goleador del fútbol argentino, que charló con los jugadores y le inyectó mística al equipo. Allá, con goles de Ricardo Ruíz Moreno y de Bertoni, el 2-0 ante Unión Española significó una nueva estrella para Independiente y un nuevo récord para los de Avellaneda.
A 45 años de ese 29 de junio lleno de gloria, millones de hinchas de Independiente-confinados y confinadas por una situación extraordinaria de pandemia y cuarentena- no tienen necesidad de asomarse a ninguna ventana para ver una de esas estrellas que brillan con fulgor eterno: les alcanza con rememorar la historia.