Por Maia Moreira (@maiagranate)
El padre de Lina había sido uno de los fundadores del Club Colón en San Lorenzo, Santa Fe, club en el que ella también colaboraba teniendo a cargo la conserjería y realizando diversas actividades con otras mujeres, la mayoría esposas o familiares de quienes eran parte de la Comisión Directiva de la institución. Sin lugar a dudas Lina tenía un gran amor por el club de su barrio, pero su corazón – al igual que el de su padre – era Canalla.
En su familia eran cinco: su hermana, su hermano, ella y sus padres. Tenían una casa humilde en un gran terreno que luego se dividió en tres y donde cada uno de los hijos formó su hogar con su familia. Lina se quedó en la casa original, la lindera a Rolandito, nombre por el que jamás nadie llamó al “bar de la Lina”. En esa casa vivió con su marido y su hijo Rolando, a quién le legó el amor por el fútbol y su club, logrando torcer el destino bostero del ala paterna y haciéndolo de Central como – según ella – “era el pueblo”.
El bar lo armaron con su marido allá por el 65/66 en la esquina sureste de Juanario Luna y San Martín para hacer unos mangos extras. Como la casa de la familia estaba pegada al mismo, en dos lugares había puertas que conectaban el pase del bar a la casa – y viceversa – para poder ir y venir sin desatender ninguno de los dos frentes.
Rolando iba a la cancha con su mamá desde los ocho o nueve años, luego incluso comenzó a jugar en las inferiores del Canalla hasta que se accidentó con la moto. Cuando era chico, Lina lo llevaba a la tribuna de mujeres. Pero pasados los años, a Rolando le tocaba ir de alcanzapelotas, entonces Lina lo encontraba a la salida y mientras se volvían juntos al pueblo, comentaban impresiones del partido, jugadas y algunas imprecisiones de un equipo que, por esas épocas, enamoraba con su juego. Sin lugar a dudas Central era una pasión compartida y disfrutada por ambos, por eso esas jornadas que para el resto parecían eternas, para ellos eran las mejores aventuras de domingo.
Cuando Lina no podía ir a la cancha el partido lo escuchaba por la radio en el bar. Y si Central ganaba sonaba bien fuerte todo el resto del día la marcha de Central alternada con la marcha peronista. La Lina era muy apasionada, todos los que la conocían la describían así. Por eso casi nadie se animaba a cargarla si perdía el Canalla. “Era capaz de agarrarte con un sifón por Central”, solían decir. Discutía a veces inútilmente de fútbol y de política. Su compadre la hacía enojar siempre que los resultados no se daban y cuando ella ya no sabía que decirle, lo invitaba no muy agradablemente a irse del bar por ser de Niúl.
Eso sí, “si vos necesitas algo anda de la Lina”, no importa la camiseta ni nada. Solidaria tanto como apasionada, en una oportunidad Lina supo salvarle la vida a una vecina a la que no querían atender en el hospital de Rosario armando un escándalo para que se hicieran cargo de la salud de la mujer. La misma Lina, con ese tesón y ese compañerismo, tuvo también por unos días en el galpón de su propia casa a tres familias que vivían hacinadas en un barrio vecino hasta que las ayudó a conseguir un espacio digno para vivir mejor. Lina era equipo, como su adorado Central. Le gustaba el juego sencillo, a un toque, siempre la devolvía redonda. En el barrio ella y su bar eran sinónimo de calidez y camaradería.
Lina Teresa Funes nació el 5 de noviembre de 1932 en San Lorenzo, provincia de Santa Fe. Militaba con su sobrino en la Juventud Peronista Regional II. Formó parte del Partido Peronista Auténtico. El 20 de julio de 1976 un grupo de policías se presentó en su domicilio de la calle San Martín 3590 de la localidad que la vio nacer. Eran las 4.30 am, tiraron la puerta abajo. Maltrataron y golpearon a su hijo de dieciséis años, a su hermana y a su marido enfermo – quien murió días después-. Al mismo tiempo que acribillaron a balazos a su sobrino a la vuelta de su casa, se la llevaron en el baúl de un auto. Continúa desaparecida.
“Estoicamente una mujer con su hijo aguantan bajo su paraguas una lluvia torrencial”, supo relatar José María Muñoz en un Rosario Central – Racing en los ´70. Rolando siempre recuerda esa anécdota cuando habla de Lina y de Central porque el pueblo habló de ellos toda la semana.
Y tal vez, porque Lina era así: firme, como la memoria, apasionada como la vida. Así la recuerda su hijo, desde el amor y la pasión por los colores que comparten. Porque en Arroyito, como en cualquier cancha, las personas se llenan de recuerdos con los que construyen sus historias. Recuerdos que, como la memoria, nos dan identidad.
Que belleza