El Charro no era tan bueno

José Manuel Moreno fue, para varias generaciones, el ídolo máximo de todos los tiempos. Por pinta, fuerza y personalidad, se convirtió en una de las figuras más memorables de la Buenos Aires del 40. Aquí un repaso de lo que dejó en nuestras canchas.

Por Guido Ramos (@gardelianshit)

José María Moreno (con ese nombre fue inscripto en el bautismo religioso) nació un 3 de agosto de 1916 en La Boca. Mientras sobre el Viejo Mundo asolaba la primera gran guerra, en Argentina empezaba la era de los automóviles e Yrigoyen acababa de ganar unas históricas elecciones.

La vida dejó bien claro lo que para él estaba escrito. Tanto es así que a los 12 años ya pasaba más tiempo en el potrero que en la escuela y, en esas épocas, fundaría dos clubes de barrio (Estrella de Brandsen y Gral. Lamadrid). Sin embargo, en pleno auge de sus sueños de adolescente, José vivió su tarde más triste cuando se probó en el equipo de sus amores: Boca. No quedó, y a pesar de la insistencia de los testigos, el delegado no se retractó. Con el tiempo cruzaría la vereda y sería en River Plate donde encontraría sitio. El que por entonces era apodado «Pibe Rulito» rápidamente puso el sello aprobatorio en su destino.

De la nada a la gloria

Igual de rápido resultó su ascenso: en menos de 3 años de inferiores, pasó a jugar en primera, en su segundo año se asentaría como titular y en su tercero sería llamado para la selección nacional. Habría de jugar la Copa del Mundo de 1938 con 21 años, pero un boicot sudamericano al torneo truncó esa posibilidad.

José se desempeñaba como inside derecho, el nro. 8 dentro del esquema 2-3-5 que predominaba en aquella época. Esa función, a diferencia del inside izquierdo (más ofensivo) estaba relacionada con el despliegue, el ida y vuelta y el auxilio a la línea de “halves”. Pero había un problema de acople en el recurso humano: quien completaba el ala derecha era Carlos Peucelle, jugador de experiencia y titular indiscutido en la selección.

Moreno tenía un juego muy corto y Peucelle necesitaba profundidad en los lanzamientos de su nro. 8. No se interpretaban. La dificultad se solucionó con el desplazamiento de Moreno a la posición de inside izquierdo, el nro. 10, donde se encontró con Adolfo Pedernera, en ese entonces puntero por esa banda. Fue otra la historia con esta nueva disposición. Adolfo concebía el juego de la misma forma que José, mientras que, desde la derecha Peucelle empezó a explotar una de las mayores capacidades de Moreno, que era el cabezazo (de los 53 goles de cabeza que Moreno hizo entre 1935 y 1939, en 33 lo asistió Peucelle). En esta nueva posición Moreno se convirtió en el goleador del equipo; concretó su mejor campaña goleadora en 1937 con 31 gritos en 32 presencias.

La aparición de Labruna y Muñoz

Su historia como un gran artillero duraría poco. Debería otra vez emigrar de posición en 1940 y tendría que ver indirectamente con su afición por la vida nocturna, bien sabida por todo el mundo. En 1939, en vísperas de un partido importante con Independiente, por “recomendación” de la dirigencia decidió cambiar de vida. La semana previa se cuidó como nunca pero a la hora de jugar el resultado no fue el esperado. “Me comprometí a no tomar ni una gota de alcohol y estuve toda una semana a leche. Cuando llegó el domingo y entré a jugar, a los 15 minutos ya estaba sin aire, y para colmo perdimos” dijo posteriormente.

Una sanción disciplinaria recayó sobre Moreno y en solidaridad parte importante del plantel se declaró en huelga. Esta es una historia lo suficientemente rica para dedicarle un artículo propio pero lo significativo para la vida futbolística de nuestro protagonista es, puntualmente, el debut de Ángel Labruna en su misma posición. Por segunda vez Moreno tendría que moverse de posición, esta vez volviendo a sus orígenes de nro. 8.

Allí se vería su mejor versión. El prodigio de habilidad que deslumbraba por izquierda se complementó con el físico todoterreno que poseía. Yendo y viniendo. Con mucho más espacio para recorrer y funciones por cumplir quedó más alejado del arco. Sus números lo atestiguan: su promedio goleador como inside derecho fue del 0,45 y por izquierda era del 0,83. Al principio volvería a compartir ala con Peucelle pero rápidamente encontraría un nuevo socio: Juan Carlos Muñoz, con quien volvería a “gastar” la pelota como lo hizo con Adolfo años antes.

Los últimos grandes años

En esta época se conformaría “La Máquina”, que no era solo un quinteto de virtuosos, sino un equipo íntegro en el que Moreno sería un engranaje más. Fue parte del “cuadrado mágico” de la WM junto con Rodolfi, “El Tuerto” Ramos y Pedernera, ahora centroatacante pero empezando desde más atrás.

A pesar del éxito, los roces con la dirigencia y con el ahora entrenador Carlos Peucelle seguirían aquejándolo hasta que decidió emigrar. En 1944 emprendió vuelo a México donde tuvo un fructuoso paso por el extinto Real España, donde jugaba el gran Isidro Lángara. Luego de aquella aventura azteca y una gran novela con su pase (estuvo muy cerca de jugar para Racing) Moreno volvió a River con su nuevo apodo: El Charro.

Volvió fuera de tono, no se adaptaba al ritmo. Fue entonces que empezó a entrenarse como nunca poniéndose 2 o 3 buzos y dándole “hasta que las velas no ardan”. Debía volver a ser lo fue. Logró su cometido y en 1947 vivió uno de sus mejores años como profesional. River patentó un nuevo esquema, la doble punta de lanza, con Labruna y el joven Alfredo Di Stéfano, que en ese momento era todo velocidad y verticalidad. Moreno se movía atrás de ellos, cumpliendo el rol del lanzador que antes había sido de Pedernera. Ese mismo año ganaría el Sudamericano con la Selección siendo elegido figura del torneo.

¿Cómo jugaba?

Es pertinente el ahondar en su perfil como jugador de fútbol y explicar por qué forma parte de la máxima categoría de cracks.

Moreno medía 1 metro con 77 centímetros, era diestro pero manejaba indistintamente ambos perfiles. A la pelota le daba siempre “a colocar” con poca potencia, acaso su única falencia. Él mismo decía “No tenía un tiro muy fuerte, nada más que el necesario, yo a veces le decía a Pedernera ‘No seas bruto, no hay que ser grosero y meterla con tanta brusquedad«.

Pisador, gran defensor de la pelota, sobre todo con su potencia física. El Gráfico en 1989 lo eligió post-mortem como el segundo futbolista argentino más virtuoso. Fue un dominador total de la pelota. Gran gambeteador, no por velocidad sino por la sencillez con la que se deshacía de las marcas. Tenía una gran capacidad de inventiva y creación, era veloz a la carrera, tenía un pique muy corto que solo usaba para entrar al cabezazo.

Justamente su juego aéreo fue una marca patentada, firme y elegante en el salto para sacar del frentazo de arriba hacia abajo o el parietal buscando el palo contrario, dándole efecto a la pelota. Ganaba por arriba en ambas áreas.

Fue un jugador de “cabeza arriba”, con gran panorama, trasladando la pelota de un área a la otra, un juego corto excepcional y sorprendiendo con el bochazo largo. Fue genial en la pared, iniciando o devolviendo, y también a la hora de meter la pelota en cortada.

Tenía un físico excepcional, infatigable, vigoroso y fuerte. “Una espalda tremenda y cintura chiquita” lo definió Adolfo Pedernera. Era difícil chocar con él o trabarlo, tan difícil como ganarle en el salto. Soportaba un movimiento constante, tocaba y seguía el ataque. “Era todo barro. ¿Sabe cómo lo sacaron a Moreno? En camilla cuando faltaban diez minutos… Había jugado de todo, de ocho, de nueve, de cinco, de catorce,.. Hasta le hizo un gol de chanfle a Ogando, como de treinta metros. Y lo sacaron exhausto porque había dejado todo. rememoró René Favaloro sobre un River-Estudiantes del ’42. Fue un jugador total, se movía por toda la cancha sin limitarse nunca a una franja determinada o a una función en específico.

Era dueño de una fuerza espiritual y de decisión increíbles. No sabía bajar los brazos. “Aceptaba la lucha pero no aceptaba que le ganen” escribió Juvenal (Julio César Pasquato). Disponía de una gran capacidad para meterse y sentir el partido. Curiosamente entre tantas virtudes esa última haya sido la mayor sin estar directamente ligada al control de la pelota.

No es suspicaz quien dude y pregunte ¿Cómo podemos nosotros saber si Moreno fue tan bueno como lo pintan? Porque todo lo que se escriba de Moreno va a necesitar que el lector suspenda su incredulidad ya que la barrera del paso del tiempo siempre va evitar tocar su figura. Así que pido a quienes lean que no hagan más que creer, no a mí, si eso les ayuda. Créanle a Juvenal por ejemplo, que cuando fue cuestionado sobre el tema dijo lo siguiente:

Moreno no era TAN bueno, era más, muchísimo más, era un fenómeno”

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *