Por Rocío Gorozo (@RGorozo)
La doble fecha FIFA de marzo fue un espectáculo de lujo. Somos muchos los que coincidimos en que, a lo largo de nuestras vidas, jamás habíamos sido testigos de algo semejante. La Selección Argentina se llevó los 6 puntos, venciendo a Uruguay en Montevideo y humillando a Brasil en casa. Entre un encuentro y otro, también aseguró su clasificación al próximo Mundial.
Con el antecedente de noviembre de 2023 en la Bombonera, los resultados desfavorables en los últimos partidos de visitante, sumados a la ausencia por lesión de varios jugadores (Lisandro Martínez, Giovani Lo Celso, Gonzalo Montiel, Paulo Dybala, Lautaro Martínez y el mismísimo Lionel Messi), las dudas y los temores impregnaban el aire.
Sin embargo, el segundo tiempo ante los charrúas y los 90′ frente a la Verdeamarelha fueron de superioridad táctica, futbolística y actitudinal; no existe ni existirá videojuego capaz de replicar el “Superclásico de las Américas”. Por otra parte, Raphinha, Vinicius y sus compañeros, que no llegan a ser ni la sombra de sus antecesores, deberían agregar un onceavo mandamiento: “no boquear ni picantearla antes de tiempo”.
El equipo volvió a demostrar que su idea de juego, las asociaciones y el valor de la camiseta están por encima de las individualidades, aunque no por eso hay que ignorar la calidad y actuaciones de nuestras figuras. El presente de Julián Álvarez es impresionante; es firme candidato al Balón de Oro y se perfila como uno de los mejores del mundo (creo que no nos animamos a decir más, pero lo venimos pensando).
Thiago Almada y Giuliano Simeone se consagraron y afianzaron su lugar en las próximas convocatorias, resolviendo el desafío de suplir la ausencia de Ángel Di María. Rodrigo De Paul, Enzo Fernández, Alexis Mac Allister y Leandro Paredes son los amos y señores del mediocampo.
Dibu Martínez, con su confianza arrolladora y su picardía maradoniana, altera tanto a rivales como al propio entrenador. Está bien custodiado por los cuatro mosqueteros de la defensa: Nahuel Molina, Cuti Romero (a pesar del presente irregular en sus respectivos clubes), Nicolás Otamendi (cuya segunda profesión podría ser la de “cerrar bocas”) y Nicolás Tagliafico (el guerrero silencioso, figura tan determinante como infravalorada).
Mención especial merece la entrada de Facundo Medina, que con 25 años ya está consolidado en el Lens francés y cuando le tocó entrar hizo un buen trabajo cubriendo el lateral izquierdo, ganándole -por el momento- la pulseada a jóvenes como Julio Soler y Valentín Barco.
La capacidad de golear, gustar, ganar sin depender de Messi no deja de ser mérito del gran estratega, Lionel Scaloni, que junto a su cuerpo técnico son un ejemplo de pasión, humildad, templanza, sensibilidad, trabajo colectivo, respeto (tanto hacia los rivales como a los anteriores campeones y ex-jugadores) y ganas de ir por más.
Para ellos no hay sentido en vender humo ni enloquecerse con las estadísticas. Saben que el camino es compitiendo, aprendiendo de las derrotas y relativizando las victorias, respondiendo con altura ante las críticas, preguntas “boludas” y vaivenes del periodismo, que siempre pareciera tener propuestas superadoras para ofrecer.
El fin de semana, además, todas las cámaras se posaron sobre él, mientras su mirada brillaba de emoción y alegría ante la cercanía entre la Albiceleste y la gente que asistió al Ducó, a beneficio de Bahía Blanca, que no suele contar con la posibilidad de abonar las entradas a partidos oficiales. Por algo se dice que los ojos son la ventana del alma.

Argentina va a defender el título de campeón en Estados Unidos, Canadá y México, volviéndose inevitable la ilusión y la búsqueda de coincidencias con las conquistas anteriores; en el medio todavía restan más de un año y -teóricamente- la Finalíssima con España.
Sabemos que el fútbol puede ser traicionero, impredecible y, como de costumbre, sometido a las reglas de un capitalismo que desprecia el triunfo “sudaca” (véanse las polémicas en torno a lo sucedido en Italia 1990 y Estados Unidos 1994).
Pero no cabe ninguna duda que estamos viviendo un proceso único, irrepetible y digno de aparecer en los libros de Historia; un regalo para las nuevas generaciones y una caricia para quienes crecimos sin conocer el sabor de la victoria.
En la vorágine de emociones transitadas la noche del martes, el actor Gonzalo Heredia twitteó “¿Esta es la Selección del amor después del amor?”, a lo que le respondieron “el campeón después del campeón”. Y se siente así. Tanto los jugadores como el cuerpo técnico, que lograron todo, nos siguen invitando a abrazar la argentinidad, a disfrutar, a creer que lo imposible se puede lograr y que el secreto está en empujar todos para el mismo lado.
No es casualidad que tras el clásico, Otamendi haya puesto en su perfil de Instagram una foto de su infancia; este grupo, cuando sale a la cancha, refleja a esos niños (y niñas) que en los barrios juegan a la pelota, se llenan de barro, se divierten entre amigos y sueñan con ser héroes no vistiendo una máscara o capa, sino la camiseta celeste y blanca. Eso, siguiendo con la canción de Fito Páez, “tal vez se parezca a este rayo del Sol”.
