Aquel pibe de sonrisa pícara

Un viaje a los orígenes futboleros de Lionel Scaloni en Pujato. Anticipo de uno de los contenidos de nuestra revista dedicada al conductor de la Selección que nos conquistó para siempre.

Por Emiliano Nunia (@EmiNunia4)

«Lionel Scaloni en Pujato es más que Lionel Messi a nivel Argentina». La frase le corresponde a Daniel Quacquarini, presidente comunal de Pujato, un pequeño pueblo de poco más de 4.000 habitantes a solo 40 kilómetros de Rosario.

El 16 de mayo de 1978 -40 días después que Argentina ganará su primer mundial- nació allí el actual DT campeón del mundo. Sus padres, Eulalia y Ángel, y sus hermanos, Corina y Mauro, todavía viven en aquella localidad del Departamento de San Lorenzo.

Scaloni dio sus primeros pasos como futbolista en el Club Atlético Sportivo Matienzo hasta que su padre lo llevó a probarse a Newell’s Old Boys. Después vino Estudiantes y luego el salto al exterior con su pase al Deportivo de La Coruña, de España. Pero Pujato, ese pequeño pueblo del interior del interior, guarda como un tesoro los secretos más preciados de su hijo pródigo.

Aparece en escena María Cristina Fosarolli, más conocida como la seño “Chichita», quien fue su docente de Lengua en sexto y séptimo grado y se anima a recordar así al técnico campeón del mundo: «Era un alumno aplicado, respetuoso y responsable, pero era de la barra de los traviesos, de hacer constantemente cosas».

Toda una definición que bien podría aplicarse al Scaloni que hoy conocemos, tan responsable como aventurado. Tan aplicado como hacedor de cosas. Vaya que hizo cosas. La seño continúa recordándolo como un chico muy hiperactivo, que todo aquello que encontraba lo transformaba en pelotita. “Cuando nos descuidamos lo encontrábamos pateando algo en el patio,” recuerda.

La pervivencia de ese niño de pueblo en el actual hombre campeón del mundo es algo que casi todos podemos presentir. Su mirada simple, su capacidad de asombro y su emocionalidad son buenas pistas. Coincide con esta idea Chichita, cuando emocionada dijo «Cuando lo vi bajar del avión con la Copa del Mundo me hizo acordar cuando tenía 11 o 12 años e íbamos de viaje de estudio a Buenos Aires, Córdoba o La Plata. Me transporta a ese momento donde era tan chiquito. Su sonrisa es la misma».

Sin embargo, en la vida siempre hay personas que el destino nos pone por delante y nos permiten cambiar el curso de las cosas. Naturalmente que ese mérito no es solo de aquellos mentores, sino de quienes nos permiten transformarnos a partir de los buenos ejemplos.

Para retratar al Scaloni futbolista de aquellos años en Pujato nadie mejor que Alberto «Beto» Juárez. Él fue quien lo entrenó y dirigió en dupla técnica con Chiche (Ángel, su padre) en el reconocido Mundialito de Arteaga cuando tenía 12 años: «Era un chico atrevido, despierto. Se ponía el equipo al hombro e iba para adelante”. Sin embargo, la mayoría de las veces lo tenía en la vereda de enfrente ya que dirigía a Atlético Pujato y Lionel jugaba por su querido Matienzo, acérrimo rival del primero.

Si hacía falta una anécdota que pintara a la perfección esa mezcla de ingenuidad y travesura a la que refería su maestra, ese carácter “despierto” al que refiere luego Juárez, esa misma astucia que puso a Di María por izquierda sin que nadie se enterara hasta una hora antes de jugar, el entrenador del equipo rival de Matienzo recuerda una anécdota perfectamente representativa.

Matienzo debía jugar el clásico con Deportivo Pujato, era el día anterior al partido. Juárez llamó a sus dirigidos para darles una charla técnica previa al encuentro y junto a ellos fue un grupo de amigos, entre los que se encontraba Scaloni. Naturalmente la idea era que, por ese momento, solo se acerquen a la charla los jugadores de Deportivo Pujato.

La amistad del barrio debía dejarse de lado por un rato para que el técnico pudiera hablar con sus pequeños jugadores, de solo 11 años. Scaloni contra toda lógica se arrimó a sus circunstanciales rivales y se encaminó a escuchar la charla. Juárez, sorprendido, le dijo: “Lio, estoy dando la charla, no podes estar, retírate un cachito y después seguís jugando con los chicos.”

Rápido de reflejos y sin amilanamiento, Lionel le respondió: “No te hagas problemas, Beto, yo mañana no juego, me quedo”. Así llegó el día del partido, en el que el muchachito no solo jugaría sino que saldría primero a la cancha. “Tenía 11 años, tenía una picardía, su cabeza ya volaba» resumió Juárez, quien sin querer hizo una referencia al germen de futuro técnico que había en aquel chico.

Es notable como el “pujatismo” se cuela en su personalidad, consagrando en la Copa una victoria del espíritu de la gente del interior, aguerrida, honesta, avispada, frontal. Sin embargo, la vida está llena de momentos, y cada uno de ellos puede ser el principio de todo para quien tiene el alma y la cabeza abierta. Este es el caso de Scaloni, quien decidió hacer convivir su espíritu pueblerino, los saberes de su Pujato natal, con la mirada de las personas que se cruzaron en su camino.

Al menos así es lo que contó “Chichita” refiriendo a cómo ese niño se cruzó con una gran influencia positiva: «La convivencia con Pekerman lo cambió como persona. Hubo un antes y después. Lo hizo una persona de bien. Les hablaba de una manera, les explicaba lo que era la vida. Yo lo estoy viendo ahora, porque veo que lo está practicando y lo está haciendo muy bien. Todo lo que aprendió de él, lo está llevando a su máxima potencia”.

De chico en Pujato nadie se imaginaba a Scaloni entrenador y Juárez reconoce que no se dio cuenta de esa faceta. Lo compara con Mascherano, al que también dirigió de pequeño: «En aquel momento si me preguntaban si Scaloni podía llegar como entrenador, te decía que no. En cambio a Javier Mascherano lo veía con otra personalidad y pensaba que podía ocupar cualquier puesto. Pero este pibe está tocado. Pega una pelota en el palo y entra, para otro esa misma pega en el palo y se va afuera».

En Qatar pegó en el palo y entró, pero para llegar a eso antes hubo un niño que se divertía con sus amigos jugando en el Sportivo Matienzo. A aquel pibito que hacía gala de su viveza hasta en la escuela le debemos una alegría gigante y eterna.

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