Por Emiliano Rossenblum (@emirossen)
Domingo 8 de noviembre de 2009. El Hannover 96 se enfrenta al Hamburgo por la fecha 12 de la Bundesliga. El arquero del Hannover recibió 2 goles en lo que fue un empate 2-2, pero ya no le importaba. Se sentía bien, mucho mejor de lo que jamás se había sentido en los muchos años de carrera que llevaba. Reconciliado consigo mismo. Le había costado años de sufrimiento, pero ha tomado una decisión y en su mente todo iba a tener sentido cuando cruzara esa barrera a la que tanto temía y tanto ansiaba a la vez. Dos días después, yacía sin vida en unas vías de tren, en paz con su mente por primera vez en muchísimo tiempo. Hoy se cumplen 11 años del suicidio de Robert Enke.
El hombre en cuestión nació el 24 de agosto de 1977 en Jena, una ciudad de la región central de Alemania. Mostró aptitudes en el arte de atajar desde edades muy tempranas, y se caracterizaba por su estilo sobrio, la regularidad que mantenía y un bajo perfil que mantuvo durante toda su carrera. Con solo 17 años ya tenía oportunidades en el arco del Carl Zeiss Jena, equipo de la segunda división. Para ese momento, ya había pasado por la sub 15, sub 16 y sub 18 de la Selección alemana. Su padre, psicoanalista, declaró después de la muerte de su hijo que «Siempre pasaba a clases de edad superior a la suya, y por entonces empezaron los problemas. Tenía miedo de no poder estar a la altura. Estaba atrapado entre su ambición y su poca autoestima».
Sin embargo, los errores fueron más bien escasos durante sus primeros años, por lo que no tardó en dar el salto a la Bundesliga. El Borussia Mönchengladbach se hizo con sus servicios cuando todavía no cumplía los 19, y luego de dos años de espera, una lesión del mítico Uwe Kamps le abrió las puertas de la titularidad. Enke cumplió las expectativas, pero el equipo no acompañó su rendimiento y descendieron. A pesar de eso, su nivel y potencial eran indudables, y el Benfica se aseguró su fichaje. Tenía 21 años.
Fue su explosión. Rápidamente se acomodó al que posteriormente consideraría “su lugar en el mundo”. Tuvo una actuación brillante tras otra, ganándose el cariño de la gente y la cinta de capitán. Una vez más, eso tampoco alcanzó. El club no pasaba por su mejor momento y tres años después, llegó una oferta irrechazable: el Barcelona quería contratarlo de cara a la temporada 2002/03. Aceptó sin dudarlo.
Louis Van Gaal tenía a tres arqueros a disposición: “Tito” Bonano, Victor Valdés y Enke. La competencia por el puesto de titular era muy intensa. Cuando el Barcelona empezó la temporada y Valdés apareció como titular, Robert entendió que había fallado. Sin embargo, era suplente de un arquero que recién debutaba, por lo que era posible hacer cambiar de opinión al técnico. Se enfocó como nunca a ganar el puesto; odiaba errar hasta en los entrenamientos.
Es costumbre en los grandes clubes europeos que el arquero suplente juegue las primeras rondas de la copa nacional, y este fue el caso en el Barcelona vs. Novelda por Copa del Rey. Ese partido, a priori alejado de los flashes reservados para las grandes citas, marcó un antes y un después en su vida. Fueron eliminados por un doloroso 3-2, después del cual Enke fue señalado de forma despiadada y exagerada. Fue su primera crisis depresiva.
Su padre contó sobre ella: «Viene de entonces lo que terminó desembocando en la tragedia. Allí se encerró en un mundo interior en el que regía un único principio: el de no poder fallar». Mientras tanto, con el paso de los partidos el nacido en Jena fue relegado al equipo B. Como contó él mismo tiempo después, se sentía humillado e incapaz de revertir la situación, y los consideró de los peores meses de su vida. Solo completaría 2 partidos más como titular antes de irse cedido al Fenerbahçe a final de temporada.
No fue precisamente una gran decisión. Si en el Barcelona ya sentía una presión asfixiante, los simpatizantes turcos eran aún más pasionales y agresivos. Su debut fue contra el Istanbulspor, por liga turca. Un categórico y sorpresivo 3-0 dejó como principal señalado al alemán, pese a que no tuvo responsabilidad alguna en los goles. Poco les importó a los hinchas, que lo amenazaron con la violencia que los caracteriza. Enke no volvió a ponerse la camiseta del Fenerbahçe y apenas dos semanas después de llegar rescindió su contrato.
Al volver al Barcelona, Frank Rijkaard le dejó claro que no lo iba a tener en cuenta, y sufría cada entrenamiento. Para este momento, ya estaba viendo un psiquiatra, pero su problema siempre fue más grave de lo que demostraba. Este es un punto clave que se mantuvo a lo largo de toda su vida: solo su círculo íntimo sabía de su enfermedad, y recibía información a medias. El desgaste mental de ocultar su problema a todo el mundo (incluyendo a técnicos y compañeros) no hizo más que empeorarlo.
En enero de 2004 fue cedido una vez más, esta vez al Tenerife. Solo fueron 6 meses y tampoco logró gran rendimiento ni continuidad, pero logró salir de su cuadro de depresión. Y ese triunfo valía más que cualquier logro en la cancha. Ahora solo debía elegir su próximo destino y transitar el camino post hundimiento emocional.
Cinco años después de marcharse del Mönchengladbach, el arquero decidió volver a su país. Rescindió con el Barcelona para probar suerte en el Hannover 96, y el cambio fue inmediato. Volvió a tener control sobre sus pensamientos, cambió su forma de ver el fútbol y se sintió preparado para el desafío más grande de toda su vida: su primera hija iba a nacer con una malformación cardíaca, y junto a su esposa se propusieron enfrentarlo con el mayor coraje posible.
En la primera temporada, mientras su bebé sufría una operación tras otra desde el momento de nacer, fue nombrado mejor jugador del año por la revista “Kicker”. Cuando parecía que la niña por fin podría salir adelante, tuvieron que hacerle una última intervención quirúrgica de menor riesgo que marcó el límite para ella. El 17 de septiembre de 2006 su corazón dejó de latir para siempre. Enke nunca volvió a ser la misma persona luego de aquel día, mientras el fantasma de la depresión acechaba su mente.
No obstante, su rendimiento se mantuvo, por lo que meses después del fallecimiento de la niña el buen nivel de Robert lo hizo merecedor de una oportunidad en la Selección mayor por primera vez. Paralelamente en forma conjunta con su esposa decidieron adoptar a una niña, pero una nueva crisis depresiva se estaba gestando lentamente. No quería entrenar, no quería jugar. Ponía un velo de excusas falsas para evitarlo. La probabilidad de ser el arquero titular en el Mundial 2010 era grande, pero lo último en lo que quería pensar Enke era en fútbol. Sin embargo, le atemorizaba retirarse y tener que explicar los motivos.
Consideró internarse en una clínica, pero temía ciegamente que eso determinara el fin de su carrera y le sacaran la custodia de su hija adoptada (conjeturas bastante infundadas, pero que funcionaban como justificación en su mente). La única salida que veía era simple, tentadora y no requería retirada ni explicaciones cara a cara. El 10 de noviembre de 2009, hace 11 años, le dijo a su esposa que iba a entrenar cuando ese día no había entrenamiento. Manejó hasta las vías y esperó con el horario del tren estudiado, la carta de despedida preparada, su “liberación” esperándolo. La policía llegó cuando el desastre ya era irreversible y su suicidio recorrió las tapas de los principales diarios.
Fue una llamada de atención para el mundo; esos jugadores que se ven en la televisión no son robots. Dave Clement, Mirko Saric, Ramiro Castillo, Raimundo Tupper, Abdón Porte y Mariano Gutiérrez son solo algunos de los que recorrieron el camino de las enfermedades psicológicas en el fútbol antes que el arquero alemán. Su esposa lo entendió y creó la Fundación Robert Enke, que concientiza sobre salud mental en el deporte hasta el día de hoy. Gracias a esta fundación, muchos jugadores han logrado salir adelante de situaciones parecidas. Y ese es el mejor regalo posible para honrar la memoria de Robert.