Paula Pareto: la vigencia intacta

Una energía imparable. Una deportista sin igual. Perfil de La Peque, la que sigue soñando después de este año raro y doloroso.

Por Micaela Piserchia (@micapiserchia)

La actual campeona olímpica fue una de las pocas afortunadas que pudo competir este año y tuvo un regreso inmejorable: medalla de oro tras una seria operación en su columna. El sueño de la doble corona está intacto.

En este 2020 incierto, una de las pocas alegrías deportivas que tuvo nuestro país llegó de la mano de la siempre inoxidable Paula Pareto. La judoca argentina, recuperada de la hernia cervical (lesión que la acompaña hace años) que la había obligado a retirarse de la final de Lima 2019 y que la derivó directamente al quirófano en octubre de ese mismo año, volvió a los tatamis de forma óptima y cumplió con sus objetivos: fue campeona en el Panamericano de Guadalajara, uno de los pocos torneos que se hizo este año.

Pero Paula es más que eso, incluso más que la palabra resiliencia. Ella es campeona de absolutamente todo y pareciera que no le queda tierra por conquistar. Nació en la zona norte de la Provincia de Buenos Aires -San Fernando para quienes quieran saber con mayor exactitud- en la época en la que nadie quiere festejar los cumples: seguramente a Pau, cada 16 de enero desde 1986, se le complicaba juntar invitados. Hermana de Marco y Estefanía, Paula siempre amó el deporte.

Aunque, de buenas a primeras no se zambulló completamente en el tatami. Curiosamente, antes de calzarse los judogis, tuvo un amorío con la redonda. Paula jugó al fútbol en Estudiantes (club al que representó hasta Londres 2012) a la vez que hacía judo bajo la tutela de Fernando Yuma por la influencia de su hermano Marco. El judo y el fútbol conformaban un triángulo amoroso que finalmente inclinó la cancha para el lado de las artes marciales. Quien sabe si también, en épocas como las que corren, hubiéramos visto a una Pareto compartiendo cuarto con Estefanía Banini en la selección, ¿no?…

En 2008, ya varios años atrás, llegaría su punto de quiebre: se quedó con la medalla de bronce en los Juegos Olímpicos de Beijing (su debut olímpico) con apenas 22 años y comenzó un nuevo camino en su vida. Al año siguiente logró una importante medalla de bronce en el Grand Slam de Río de Janeiro (estos torneos son los siguientes a los JJOO y Mundiales en orden de importancia), lo que colocaba a Pau en otro escalafón a nivel deportivo y sentaba las bases de una carrera en ascenso. De hecho la Fundación Konex la reconoció en 2010 como una de las mejores deportistas de la década 2001-2010. Y aún faltaba más camino por trazar y recorrer…

Seis años después de la medalla de bronce de Beijing llegaría otro triunfazo en su vida: recibirse de médica traumatóloga en la UBA. Con 28 años y una carrera deportiva en el medio, Pareto demostró que es posible llevar ese tipo de ritmo. Que no hay que tener miedo y que sí se puede competir en el máximo nivel al mismo tiempo que estudiar una carrera universitaria, siempre y cuando exista el acompañamiento adecuado para ello.

Sin prisa, pero sin pausa, llegaron los años de mayor estrellato en la vida de Paula Pareto. Con Laura Martinel como entrenadora desde los Juegos de Londres (donde ocupó el 5to puesto y se llevó un diploma olímpico), se creó un plan perfecto para terminar el ciclo olímpico en lo más alto del podio. Y: alerta spoiler, se ejecutó de manera fenomenal. Tras positivos resultados en 2014, 2015 significó un año brillante. En julio, al perder la final de los Juegos Panamericanos de Toronto, se quedó con la medalla de plata y un sabor agridulce. Pero pronto llegaría la doble revancha: semanas después se subió a un avión para disputar la segunda máxima cita, el Mundial de Astana en Kasajistán. Allí, a puro nervio, Pau logró tachar un nuevo objetivo en su lista al consagrarse campeona mundial luego de vencer a la japonesa Haruna Asani en su tradicional categoría de -48kg. Así se desquitaba, también, de la plata obtenida el año anterior en el Mundial de Chelyabinsk, Rusia. Quedaba, al parecer, un solo obstáculo en su carrera, para el cual había que prepararse de la mejor manera posible.

De regalo para el cambio de década llegó la máxima aspiración para cualquier deportista, el oro en Río 2016. El 6 de agosto de 2016, millones de personas fueron testigos de la consagración total de la judoca: de la capitalización del esfuerzo, la disciplina, el sufrimiento, la conducta y vaya una a saber cuánto más. Lágrimas que emocionaron a propios y ajenos y también abrazos que tocaron hasta el más duro de los corazones: todo eso que transmitió Paula de principio a fin. Su medalla de oro era más que lo que decían los números, más que lo que databa su 1.48: era la primera mujer en ganar un metal de ese color en nuestro país y también en deportes individuales. Judo, un deporte totalmente amateur que cuenta con poca infraestructura y también poco capital humano para ser practicado, lograba una visibilidad inconmensurable a través del logro de Paula. No era moco de pavo, en absoluto.

Y aún así, a sabiendas de haberlo ganado todo -como diría José Luis Chilavert-, Paula nunca perdió el eje. Hoy, con 34 años, sigue más vigente que nunca, aprovecha su año de changüí en el trono y se prepara para defender su corona con uñas y dientes.

Paula Pareto es ejemplo, porque por más que su palmarés indique que tiene medallas de todos los colores en los torneos más importantes del mundo en su lomo, demuestra día a día que el sacrificio tiene su recompensa. Heroína total en esta pandemia, Paula trabajó sin cesar para luchar contra el coronavirus en el Hospital de San Isidro y le puso el cuerpo a la crisis.

Además, no solo cuenta con un soporte para cuando su cuerpo le pida un descanso del judo, sino que también tiene un corazón enorme con el suficiente espacio para agradecer a todas las personas que pasan por su vida y le dejan algo para aprender y crecer.

Por logros debería ser considerada la mejor deportista de la historia de nuestro país, pero esas máximas son muy arbitrarias. Que ganó todo lo existente, es un hecho. Y que es médica, también.

Dicen que lo bueno viene en frasco chico, ¿no?…

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