Por Sebastián Tafuro (@tafurel)
Un especialista en Copas. Tras el título local a finales de 2013 – con el menor puntaje de la historia en torneos cortos – y luego del sorpresivo adiós de Juan Antonio Pizzi al Valencia, todos los cañones de San Lorenzo apuntaban a esa obsesión histórica, a ese deseo no consumado a lo largo de sus 54 años de existencia: la Copa Libertadores de América. Para ir detrás de ese logro, la dirigencia azulgrana fue a buscar a alguien que ya tuviera la experiencia del triunfo, a alguien que pudiera aportar la fórmula necesaria para festejar. Campeón con la Liga de Quito en la edición 2008, en lo que significó el primer título internacional de un equipo ecuatoriano en una competencia organizada por la CONMEBOL, Edgardo “Patón” Bauza fue el elegido.
Además de esa consagración inédita, Bauza contaba en ese momento con un par de avales más en relación con la famosa “mística copera”. Con Rosario Central, el club de sus amores (donde destacó enormemente como jugador, siendo campeón 2 veces y consagrándose como el defensor más goleador de la historia canalla), había sido finalista en la Conmebol 98 y llegó a las semifinales de la Libertadores 2001. Ya en su segunda etapa en la Liga, cosechó la Recopa Sudamericana en 2010 y alcanzó otra final: la de la Copa Sudamericana 2011, donde perdió ante la Universidad de Chile dirigida por Jorge Sampaoli. Sus contras principales pasaban por su alejamiento del fútbol argentino, donde había dirigido por última vez en 2006 a Colón (con malos resultados), por la distancia generacional con los jugadores que tendría a su cargo (en un momento donde ese eje está muy instalado en nuestro fútbol) y por la obligación de estos últimos de adaptarse a un nuevo modelo de juego, radicalmente distinto al propuesto por Pizzi.
El arranque del Ciclón en la Copa fue bastante complicado. La primera ronda fue una verdadera tortura para los azulgranas, que sufrieron horrores para superarla con un inolvidable 3 a 0 al Botafogo en el Nuevo Gasómetro, el día de los 2 goles de Piatti -el segundo de forma agónica- y del movedizo 5 a 4 de Independiente del Valle a Unión Española en Chile, que finalmente lo terminó clasificando por diferencia de gol. El equipo no convencía y, pese a algunas individualidades muy destacadas (Correa, Mercier o el propio Piatti), no parecía haber una idea clara que generara perspectivas alentadoras. El torneo local, por supuesto, estaba despriorizado.
Pero, de repente, una llama se encendió y San Lorenzo se volvió protagonista en el ámbito menos esperado. Dos equipos brasileños fueron despachados en su propia tierra por un Cuervo aguerrido, aglutinado tras ese objetivo que parecía inalcanzable en aquella noche de Quito en que el 1 a 1 con Independiente del Valle lo dejaba casi afuera. Primero Gremio en Porto Alegre – con San Torrico en los penales – y luego Cruzeiro en Belo Horizonte, con aquel gol de Piatti – una vez más anotándose en los momentos clave -, permitirían meterse en las semifinales, algo que antes sólo había conseguido en tres oportunidades. El sueño estaba cada vez más cerca.
El “know how” que aportó Bauza resultó fundamental. A veces se asemeja a una tontería esbozar la idea de que hay personas que tienen una especie de aura con determinadas cuestiones o un conocimiento no científico de alguna situación. Parece algo místico. ¿Existe eso en el fútbol? De ser así ¿cómo se transmite? ¿Hay apuestas que, en diversos contextos, puedan dar el mismo resultado? El asunto es que si Bauza sabía cómo jugar y ganar la Copa, los choques contra Gremio y Cruzeiro pasaron la prueba de esa “virtud” vinculada al Patón. Allí se vio -más que en ningún otro momento de la Copa – la preparación específica de un equipo para disputar los 180 minutos, para medir cada instante del juego y aprovechar determinadas ventajas de esos duelos (que no te metan goles de local, el gol de visitante que vale doble) para sacar un plus que es muy distinto al de una competencia de largo aliento (ya que el más mínimo error se paga con la eliminación).
También empezó a haber una idea. La solidez defensiva del tridente conformado por Torrico y los centrales (sobre todo Gentiletti), el buen desempeño de Valdez en el lateral derecho, ese doble 5 infalible que conformaron Ortigoza y Mercier potenciándose uno a otro como en la versión 2010 de Argentinos, más el desequilibrio aportado por Piatti – con sus lagunas y apariciones esenciales -, Correa o Villalba. ¿Goles? Hasta ahí, pocos. Matos fajándose entre los centrales fue vital pero San Lorenzo no fue un equipo sinónimo de poderío ofensivo. Y cuando volvió Romagnoli, tras su expulsión en Ecuador, el símbolo que tienen los de Boedo dejó el alma para ser cada vez más grande.
El parate del Mundial fue letal para los ansiosos. Pero allí también se vería la mano de Bauza. San Lorenzo se preparó exclusivamente para jugar 4 partidos. En ese mini torneo se exponía todo el trabajo previo e incluso se determinaba el porvenir. El Ciclón aprovechó las oportunidades de un fixture amable, vapuleó al Bolívar con un 5 a 1 global (5 a 0 en el Bajo Flores) y se dispuso a un duelo de novatos contra Nacional de Paraguay. La historia a esta altura es archi conocida: un empate de visitante con sabor a poco en un principio y un regalo que Ortigoza ejecutó desde el punto del penal en un estadio colmado fueron los puntos culminantes de un logro inolvidable. Sin Correa desde las semis, sin Piatti en las finales, el chiste de CASLA (Club Atlético Sin Libertadores de América) un buen día concluyó.
Bauza lo hizo. El principal karma de la historia de San Lorenzo se deshizo con él en el banco de los suplentes. Nadie le quitará ese lugar único en el mundo azulgrana. Patón y Ciclón, un encuentro que cambió la historia. Para siempre.