Ángel de mi corazón, de San Pablo al Maracaná

Por Sebastián Tafuro (@tafurel)

Ya a esa altura nadie se podía quedar quieto. Suiza había resistido demasiado y el partido se estaba yendo lentamente a un escenario siempre incierto: los penales. En una oficina en Plaza de Mayo una treintena de compañeros y compañeras ya no sabíamos qué hacer con nuestros cuerpos, nuestros nervios y nuestras ansiedades. Algo lindo de los Mundiales o de los partidos importantes es que es fácil, sobre todo si la memoria se enfoca en ese plano, acordarse dónde estabas cuando sucedió ese evento. Y allí estaba, un martes 1 de julio, en una sesión de sufrimiento colectivo, que en general es mejor que sufrir solo. 

Habían pasado 117 minutos de partido y un poco más si contamos el entretiempo, las adiciones al término de cada etapa y el descanso previo al alargue. Una locura que Argentina iba a repetir dos veces más en esa cita. Aunque todavía no sabíamos si cruzaríamos, ni siquiera el Rubicón, sino apenas a un conjunto helvético que nos la había puesto bien difícil. 


Las energías comenzaban a escasear pero había uno que seguía yendo con la misma determinación que en el tiempo reglamentario. Ese que apenas un mes y pico antes había descollado en un suplementario para que el Real Madrid ganara la Champions League. “Cuando la mayoría se esconde, cuando parece que no tienen resto, siempre está él. Para motivar, para empujar hacia adelante con esa rara habilidad que se vuelve indescifrable en quienes lo marcan». Eso escribí después de aquel 1 a 0 a Suiza. Ángel Di María nos había sacudido por dentro con ese gol agónico tras una asistencia de Messi. Siempre creyó que se podía, una constante en su carrera, donde sufrió los más injustos vituperios. 

Cuando gritas un gol con el alma, no te lo olvidas más. Y ese gol se gritó con el alma. Significaba seguir en una Copa del Mundo plagada de esperanzas que estaban a punto de deshacerse o de complicarse si ese zurdazo rasante no entraba en el arco de Benaglio. Ese Di María – al que no querían, como diría nuestro Diego Eterno – es mi Di María preferido entre tantos Di María que escribieron hermosas páginas en la Selección.

Aunque después vendría el dolor. Y el dolor después del dolor, parafraseando a Fito, otro rosarino hincha de Central. Porque lesionarse y que encima te critiquen por eso es de una bajeza inconcebible. Pero sucede y no es Ángel ni el primero ni el último en ser burlado por una situación que no elegís. Con Bélgica en los cuartos de final, con Chile en la final de la Copa América 2015 y con Panamá en la Copa América del Centenario 2016. Si duele perder una, dos o tres finales jugando, imaginate la impotencia de tener que mirarla de afuera, de saber que no podes hacer nada para torcer un destino que parece esquivo. “Lo busqué, no se me dio, pero creo que ya está”, dijo Messi tras el tercer tropezón al hilo en 2016. Un pensamiento que seguro se le debe haber cruzado a Angelito. Uno no lo dijo y el otro, por suerte, se arrepintió.

Y lo siguieron intentando. Aún en un momento de agonía de una etapa, Di María se encargó con un zurdazo extraordinario de darle vida a una Selección que estaba más afuera que adentro contra la Francia que alzaría el título semanas después. No alcanzó, pero demostró que su categoría seguía intacta. Aunque lo quisieran correr, él siempre daba la cara. 

El 10 de Julio de 2021 el Fideo cumplió lo que había dicho tiempo antes Lucas Biglia al renunciar a la Selección: “Ángel es el que va tirar el paredón. Se lo va a chocar tantas veces que lo va a tirar. Por la Selección. Ese es Ángel, le van a decir un millón de cosas, pero él va para adelante». Y en ese diálogo emotivo por videollamada con su familia en el medio del Maracaná, el propio protagonista lo enfatizaba. Con la medalla del primer puesto en el cuello Angelito decía: “algún día se iba a romper la pared, se rompió la pared”. 

Desde ese día, porque el éxito tristemente es todo, un crack de aquellos se subía definitivamente a un pedestal y a un cariño popular que merecía mucho antes. En el 2014, cuando todavía no había surgido el bullying mediático (que se llevaría puesto a varios jugadores), Di María ya significaba mucho para quien esto escribe. Y aunque no niego que pude haber tenido algún desencuentro a futuro, desde aquel martes invernal en Plaza de Mayo, ya tenía un lugar guardado en mi corazón.


Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *