Por Sebastián Rosa (@cortayalpie11)
“Amo tener el balón”. La frase es de Pep Guardiola cuando entrenaba al Bayern Münich. Es que Pep transformó el fútbol moderno a partir de una serie de cambios tácticos centrados en la pelota, en su voluntad para recuperarla instantáneamente tras las pérdidas, y en su intención de conservarla y utilizarla como un medio de organización y de ataque constante.
Cuando llegó Pep a la primera división del Barcelona la gran tendencia táctica a nivel global era del 4-2-3-1, un solo punta, un mediapunta detrás del 9 y con la creciente tendencia de gambeteadores veloces por fuera a pierna cambiada para enganchar hacia dentro. En todo ese tiempo primaron muchos equipos que preferían jugar un poco más atrás para recuperar y salir con espacios y carreras largas. Muchos preferían ceder la pelota, ejercer la presión en zona media o baja y atacar con espacios largos, con la gambeta mano a mano contra los laterales, o jugándoles a sus espaldas. Pero Guardiola quiso extremos. Recuperó el 4-3-3 con un solo volante central posicional y de referencia en la salida, y con dos interiores con mucho juego. Los extremos ya no perseguían a los laterales rivales hasta su propio campo, se quedaban altos para fijar ellos a los contrarios.
Sobre todo, Pep quiso la pelota. Decidió hacer de la tenencia su sistema. Cuando la tenía, abría dos extremos y juntaba muchos jugadores por dentro para tener un circuito amplio. Priorizó a los chiquitos, a los de la escuela de La Masía, con una identidad marcada, recuperando la tradición cruyffista. Cuando la perdía, se obsesionaba con morder alto, con dos, tres, cuatro, los que hiciera falta, para hacer presiones rápidas post-pérdida. El Barcelona entre 2008 y 2012 fue una obra de arte. Un equipo glorioso, superior, que rozó la perfección. Con Busquets, Xavi e Iniesta como símbolos, con Dani Alves y, sobre todo, con un Messi imposible de explicar, que rompió todos los records y fue potenciado hasta el máximo. Desde el extremo derecho, lo fue cerrando como falso 9 hasta terminar de convertirlo en el delantero total, el que influye en todos los ejes y sectores del ataque, el que agregó asistencias y multiplicó sus goles por centenas. El mejor jugador del mundo aprovechaba al mejor equipo del mundo mientras el mundo disfrutaba la orquesta de Pep.
Cuando llegó a Alemania, tuvo el desafío de sostener su idea en una nueva liga con una dinámica muy diferente. Llegaba a una máquina aplastante y un torneo dinámico con transiciones rápidas. Se adaptó, tomando ideas de una escuela que venía creciendo y que es dominante en nuestro tiempo: el gegenpressing. En su Bayern jugó con Lewandowski como 9 de referencia, dejando el falso 9 con el que había triunfado en sus últimos tiempos del Barcelona. Además, en un caso de revisionismo histórico fenomenal, subió a los laterales por dentro con una doble intención, la de potenciar el juego interno y, sobre todo, la de mejorar la presión post-pérdida y protegerse mejor en las transiciones defensivas. Otra vez reinventando jugadores, reconvirtiéndolos para potenciarlos. Con Kimmich en el lateral Guardiola tenía a uno de los mejores mediocampistas del planeta. Philip Lahm, que levantaba la Copa del Mundo con Alemania como lateral, en el Bayern Münich terminó como volante. Guaridiola veía cosas en los jugadores que nadie más veía, y los potenciaba hasta su máxima expresión. Pep se transformaba, pero siempre con una idea fija: recuperar la pelota antes y mejor. Tenerla con ventajas en el centro para romper con desequilibrio y gambeta por los costados, llegando desde atrás con muchos jugadores para generar el gol.
Su llegada al Manchester City fue un nuevo desafío. Era un equipo multimillonario con altísimas exigencias, en la liga más competitiva y difícil del planeta. Una liga que, además, seguiría potenciándose a partir de los mejores directores técnicos del mundo, presentándoles constantes desafíos con los nombres de Klopp. Tuchel, Conte, Sarri, Pochettino, Mourinho, entre muchos más. Y con la particularidad de tener un equipo con todas las libertades para construir. En el Manchester City hay grandísimos jugadores pagados a costos exorbitantes y un plantel muy completo. Pero no hay casi ninguna estrella mundial que compita por los grandes premios. Ya sin Messi, o incluso sin Levandowsky o Never, Pep armó un equipo de autor.
En una liga que es aún más vertiginosa, que destaca por las cualidades técnicas y físicas de sus jugadores que le otorgan un dinamismo extraordinario, Guardiola incorporó matices. Ante las presiones altas que comenzó a recibir, encontró caminos para salir jugando con líneas de tres centrales bajando a un lateral, o también con pelotas largas, atrayendo para generar espacios detrás de las defensas rivales o para el mano a mano de sus extremos, siempre gambeteadores. Con la merma física del Kun Agüero, volvió a esa idea de jugar sin un 9 de referencia. Nuevamente, reinventando jugadores. Joao Cancelo ya no es un lateral de ida y vuelta por la banda derecha, sino un todocampista que, desde el lateral izquierdo, conduce y gestiona salidas y ataques del equipo llegando como interior y como enlace. Bernardo Silva fue extremo izquierdo, interior, falso 9, y en todos lados brilló, intercambiando posiciones, entrando y saliendo. Gundogan fue goleador. Y Phil Foden el diamante en bruto, que va llevando de a poco y que en todas las posiciones de ataque aporta gambeta, pase, desequilibrio, remates, presiones, giros, desmarques.
Este equipo se convirtió en un mar celeste. Supo ser el agua calma que por pura insistencia perfora la pierda desde el desgaste incesante de la marea. Y pudo ser el tsunami que inunda la costa y la ciudad arrasando a su paso por prepotencia. El Manchester City tiene un desorden organizado en el que todos llegan, todos aportan goles, rompiendo los récords históricos de la Premier League en cuanto a capacidad ofensiva. Pero, además, después de algunas temporadas con dudas en el fondo, encontró centrales de garantías, volantes centrales que le dan equilibrio y juego, y una presión colectiva abrumadora y tiene hoy la valla menos vencida de las principales ligas europeas en la temporada. Y todo, como siempre, desde la pelota. El pasado fin de semana, por caso, sometió al Chelsea campeón de la Champions League. No lo dejó tocarla, no lo dejó tenerla, ni verla.
Lo que inició Pep Guardiola desde su la dirección técnica es una revolución en el fútbol moderno, la revolución de la pelota. Su fútbol fue ejemplo y guía. Ya no se trata sólo de ceder posesión y campo para salir en largo con espacios, sino también de presionar alto para recuperarla en zonas peligrosas, cerca del arco rival, donde cada quite es una jugada de gol. Es tenerla, no por el tiki-tiki, el tiki-taka o el onanismo de verse uno mismo de modo egocéntrico como protagonista de un fútbol lírico y abstracto. Es buscarla como la principal herramienta del juego. Es aprovecharla para construir, para organizar, para atraer y para mentir, generando espacios donde no los había. Es la reinvención táctica más vieja del mundo, la de jugar al fútbol con la pelota. Y Pep siempre se está reinventando para encontrar soluciones a los nuevos problemas, para sortear nuevos desafíos y pensar nuevas formas de imponerse. Y, sobre todo, siempre está buscando la forma de tener la pelota.