Por Emiliano Rossenblum (@emirossen)
Sonó el celular. El hombre atendió. Había escuchado las noticias, estaba al tanto del asunto. Dos minutos después, ya estaba haciendo las gestiones para convocar una reunión de emergencia. Su nombre era Lisandro Flores, presidente de la Federación Nacional de Fútbol de Honduras, y se enfrentaba a una situación inédita: le habían dicho que necesitaban que Honduras participara en la Copa América 2001… y solo tenía 48 horas para organizarlo.
Dicho torneo iba a realizarse en Colombia, que por primera vez podía ser única sede. Durante los meses previos las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y sus símiles del otro lado del espectro político, las Autodefensas Unidas de Colombia, realizaron numerosos atentados que dejaron más de 100 víctimas fatales entre civiles y militares. Esa cifra se multiplicaría varias veces si también se cuentan los perpetrados por otras organizaciones paramilitares y narcotraficantes. La inseguridad era desesperante.
El 25 de junio, el vicepresidente de la Federación Colombiana de Fútbol Hernán Mejía fue secuestrado, con las FARC como sospechosa principal. La CONMEBOL no tardó en actuar, llegando a considerar trasladar el torneo a Brasil. Rápidamente se volvió un asunto de importancia política, por lo que el presidente de Colombia Andrés Pastrana intervino para asegurar que harían todo lo necesario para mantener la Copa en el país, y la llamó “Copa de la Paz”. A regañadientes se terminó aceptando que se haga como estaba previsto, aunque durante la Copa hubo secuestros de políticos y más ataques. Todavía hoy siguen quedando agrupaciones paramilitares y narcotraficantes como el Ejército de Liberación Nacional o el Clan del Golfo, aunque las FARC y las AUC han cesado su actividad.
Mejía fue liberado el 28 de junio, y once días después llegó un duro golpe para los colombianos: Argentina renunciaba a participar del torneo a solo 48 horas de que empiece por amenazas de muerte a la delegación y la sensación de inseguridad reinante. Como se dice al principio de la nota, Honduras fue invitado a último momento. Aceptaron, convocaron jugadores y cuerpo técnico y los mandaron a Colombia en tiempo récord, aunque por la urgencia varias de sus principales figuras no pudieron asistir.
Tres grupos de 4 selecciones cada una fue el formato de la primera fase. Clasificaban a cuartos de final los tres primeros y los tres segundos de cada grupo, además de los dos mejores terceros. A los hondureños les tocó jugar contra Bolivia, Costa Rica y Uruguay.
El debut contra Costa Rica fue auspicioso a pesar de la derrota por la mínima. Estuvieron muy aplicados atrás, lograron crear peligro en ataque y se fueron con la frente en alto. Ni siquiera así alguien hubiera imaginado lo que vino después.
Siguieron su camino con una victoria 2-0 ante Bolivia, pero fue el tercer partido el que quedó marcado en la historia del torneo. Contra Uruguay, Honduras ganó y gustó para quedarse con el segundo puesto del grupo. Fue 1-0 con gol de Amado Guevara, un mediocampista habilidoso que se destapó como figura de la selección “catracha” (apodo que se le da a la selección hondureña) durante esta Copa.
Los cuartos de final se jugaron un día como hoy hace exactamente 20 años y el escenario fue el Estadio Palogrande, ubicado en la ciudad de Manizales a 2500 metros sobre el nivel del mar. Honduras, recordemos, jugaba sin varias de sus figuras, a tal punto de que solo repitieron cuatro titulares respecto a los 11 que tres semanas antes habían jugado por Eliminatorias al Mundial. Para peor, enfrente estaba tenían a un rival dificilísimo: Brasil.
Hay que decir que no era la selección temible que ganaría el Mundial un año después. Más bien todo lo contrario; por los problemas de seguridad en Colombia, mandaron un equipo completamente alternativo sin Ronaldo Nazario, Cafú, Rivaldo y tantos otros que deslumbrarían al mundo en Corea y Japón. Aún así, habían salido primeros de su grupo y la camiseta siempre impone respeto. Cerca de 25000 personas se acercaron al Palogrande para presenciar lo que se presumía iba a ser una cómoda victoria para la “verdeamarelha”.
Honduras, dirigido por Ramón “El Primi” Maradiaga, se presentó con Valladares; Pérez, Medina, Caballero, Cárcamo, García; De León, Bernárdez, Turcios; Guevara; Martínez. Del otro lado, Brasil formó con Marcos; Luisão, Juan, Cris; Belletti, Emerson, Costa, Júnior; Alex; Guilherme y Denilson. El técnico era el gran Luiz Felipe Scolari, aunque estaba sancionado y no pudo estar en el banco para dar indicaciones.
Naturalmente en los primeros minutos pasó lo lógico, Brasil dominó y Honduras se defendió como pudo. No era el punto fuerte de los catrachos (algunas veces rozaba lo tétrico), por lo que tranquilamente podría haber caído el primer gol rival. Lograron resistirlo. Los ataques brasileros perdieron fuerza y profundidad con el paso de los minutos, dando pie al escenario que más cómodo le sentaba a los de Maradiaga: el contrataque.
De a poco fueron asomando la cabeza. Cada intento ganaba peligro cuando Guevara intervenía, ya sea para definir o para crear. Hacia la media hora, ya era un ida y vuelta; Brasil hizo que Valladares tuviera mucho trabajo pero después sufría las réplicas hondureñas.
Los de Scolari empezaron a depender demasiado de arranques individuales de sus atacantes y más temprano que tarde el equipo lo sintió, ya no se sentían superiores aunque seguían controlando la pelota. El partido bajó de ritmo, y Honduras tampoco volvió a llegar con claridad al arco defendido por Marcos.
La segunda parte fue otro cantar. Juninho Paulista y Juninho Pernambucano entraron muy bien por lo que nuevamente el gol brasilero parecía estar más cerca. No hubo caso. Para peor, se evidenció el famoso problema de la manta corta: ahora atacaban mejor pero quedaban muy expuestos atrás. Y Honduras aprovechó.
El rebote de un centro le quedó a Julio “Rambo” De León, que llegó a línea de fondo, enganchó y tiró el centro atrás. Saúl Martínez le ganó el salto al arquero Marcos con la suerte de que el cabezazo fue hacia el palo y rebotó en Belletti, para después entrar mansamente en el arco. Ni los mismos jugadores se lo creían. Estaban ganando.
Siguieron atacando, con Amado Guevara a la cabeza. Los papeles se habían invertido, ahora era Brasil el que se recluía en campo propio mientras los de Maradiaga se floreaban con secuencias de pases que emocionaron a todo el público, gambetas y ataques profundos sin perder belleza. Combinaciones por dentro y por fuera, toco y voy, me la das y la devuelvo, el “ole, ole” bajando desde las tribunas del Palogrande. Jogo bonito.
Los de Scolari, cuando no estaban muy ocupados tratando de trabar el partido con faltas, también quisieron atacar. Sin intenciones claras, sin carácter, sin alma. Y por lo tanto, sin resultados. A 8 minutos del final ambas selecciones se quedaron con 10 jugadores en cancha por las expulsiones de Emerson y Cárcamo. El partido había entrado en un bache hacía rato, hasta que en el cuarto minuto adicionado un contrataque catracho con todos los brasileros lanzados en ataque terminó de sellar el partido. Limber Pérez condujo casi sin oposición, dejó mano a mano a Saúl Martínez y éste definió al segundo palo ante la expresión horrorizada de Marcos. Estaban en semifinales de la Copa América. Y aún más importante, le habían ganado a todo un Brasil para conseguirlo.
Luego los eliminaría Colombia, aunque ganaron por penales en el tercer puesto contra Uruguay. Sin embargo el reconocimiento hacia los jugadores ya no dependía de ese partido. Fue unánime la sensación de que habían dejado bien alta la reputación de la camiseta, pero también de que ese estilo de fútbol representaba a los hondureños.
Al final, la esencia del fútbol es esa: la alegría de jugar por diversión, de expresarse a través del juego, de ganar. Y si es a un gigante como Brasil, mucho mejor.