Diego, un amigo de verdad

Por Maximiliano López Arce (@mlopezarce) Hoy se cumplen 30 años desde el miércoles 15 de abril de 1992, cuando en el Estadio José Amalfitani se realizó un partido homenaje al futbolista Juan Gilberto Funes, quien había fallecido prematuramente el 12 de enero. El evento surgió de una idea de su amigo Diego Armando Maradona y hay mucho para contar. Pero comencemos por el principio, ¿quién fue aquel inolvidable delantero?

Por Maximiliano López Arce (@mlopezarce)

Hoy se cumplen 30 años desde el miércoles 15 de abril de 1992, cuando en el Estadio José Amalfitani se realizó un partido homenaje al futbolista Juan Gilberto Funes, quien había fallecido prematuramente el 12 de enero. El evento surgió de una idea de su amigo Diego Armando Maradona y hay mucho para contar. Pero comencemos por el principio, ¿quién fue aquel inolvidable delantero?

Juan nació el 8 de marzo de 1963 en la provincia San Luís y pesó 4 kilos y medio. Fue hijo de una familia humilde, compuesta por su papá Pedro, su mamá Marta y sus hermanos Pablo, Julia y Gladys. Desde su infancia, «Mininito» tal como lo llamaba su madre, disfrutaba de estar en el taller de su padre y sus progenitores pensaban que sería mecánico o piloto de carreras por su atracción por los autos y su admiración por Carlos «Lole» Reutemann, pero en cambio él sintió ese llamado especial con la vocación de jugar a la pelota y siendo apenas un niño, su desarrollo físico fue construyendo el apodo que lo inmortalizó, el «Búfalo». Siempre fue muy fuerte y en su vida adulta, con 180 centímetros de altura, pesaba 92 kilogramos y se sentía muy cómodo en esa condición porque si bajaba de peso tenía la sensación de que perdía fuerza y su juego se caracterizaba por tener una potencia impresionante.

Le gustaba cazar y tenía el hobbie de ir al campo con su rifle, pero el «Sapo», como lo apodaba su padre, también logró trasladar su instinto de cazador a los campos de juego. El fútbol de primera división lo conoció jugando en el Club Gimnasia y Esgrima de Mendoza y al poco tiempo surgió la posibilidad de ir al fútbol colombiano. Le dijo a doña Marta: «Voy a triunfar, mamá» y lo logró. La «Fiera» viajó hacia el club Millonarios y dejó una huella indeleble al anotar el gol número 3.000 de la institución y ser uno de los principales goleadores del torneo.

Todo en su camino era esfuerzo y sacrificio para aprovechar las oportunidades, aunque sencillo y sincero, Juan se autodefinía como un hombre con mucha suerte y sentía que había sido «tocado por una varita mágica». Hay quienes piensan que la suerte es un sinónimo del azar pero otros sostienen que ocurre cuando se combinan la oportunidad con la preparación. Por uno u otro motivo, el destino lo llevó al Club Atlético River Plate que estaba en uno de los mejores ciclos de su historia. El equipo que dirigía Héctor «Bambino» Veira había ganado categóricamente el torneo de la temporada de 1985/1986 y luego del receso por el Campeonato Mundial en México donde la Argentina alcanzó la gloria, el CARP encaraba un nuevo desafío que se le había negado en anteriores ocasiones, ganar la Copa Libertadores de América. Ya no tenían a la figura estelar del uruguayo Enzo Francescoli que había sido transferido al fútbol francés, pero aún contaban con el mejor plantel del país y uno de sus jugadores más destacados en la competencia internacional fue Ramón Centurión, que anotó 7 tantos determinantes para que el club de Nuñez llegara a las instancias finales, pero sucedió algo inesperado. Un control antidoping positivo marginó al delantero que clamó por su inocencia y no fue escuchado. La suspensión recibida lo privaba de jugar en los partidos definitorios y el equipo necesitaba un nuevo goleador. Fue entonces cuando surgió la oportunidad para Juan. Quería alcanzar el éxito y demostrarles a sus padres que todo por lo que habían luchado no fue en vano.

Se sumó al plantel y dejó en claro que era un futbolista hecho para partidos importantes. En la primera final frente al América de Cali anotó uno de los goles para la victoria por 2-1 y en la revancha jugada el miércoles 29 de octubre de 1986, marcó el gol del triunfo por 1-0 que le dio a River Plate su primera Copa Libertadores. A sus 23 años, sus sueños se estaban haciendo realidad.

Al día siguiente, el jueves 30 de octubre, rápidamente regresó a su San Luís natal donde sus amigos lo recibieron como a un héroe en la Plaza Pringles, mientras que del otro lado del Océano Atlántico en la ciudad italiana de Nápoles, Diego Armando Maradona celebraba sus primeros 26 años de vida. ¿Cómo y cuándo se cruzaron sus caminos y comenzó su amistad? Habría que esperar un poco más de siete meses. Mientras tanto, en el mes de diciembre, Juan viajó a Tokio con River Plate y ganaron la Copa Intercontinental para ser Campeones del Mundo a nivel de clubes.

Diego y el Búfalo se juntan

El miércoles 10 de junio de 1987 no fue un día cualquiera. La Argentina como vigente campeón mundial e Italia como organizador del próximo campeonato del mundo se enfrentaron en un amistoso disputado en Suiza, donde la FIFA aún tiene su sede central. El evento sirvió para la presentación en sociedad de «Ciao», la mascota oficial del Mundial y con ese fin, antes del encuentro, los capitanes Diego Maradona y Alessandro Altobelli posaron junto a Pelé, el astro brasileño que luego de su retiro del fútbol profesional en 1977, trabajaba activamente con distintas acciones de la Federación de Fútbol Internacional. Era el primer partido del «Diez» en el seleccionado luego de la final del mundo del año anterior y el equipo nacional se encontraba en el inicio de un ciclo de renovación en el que el entrenador Carlos Salvador Bilardo buscaba a nuevos jugadores para la «Albiceleste». Italia fue superior y triunfó por 3-1 con una destacada actuación de Gianluca Vialli, mientras que el gol argentino fue anotado por el mejor futbolista del mundo (y de la historia. ¿Es necesario mencionar su nombre?). Aunque el resultado no fue el deseado, el partido sirvió para que debutaran futbolistas como Roque Alfaro, Darío Siviski y Hernán Díaz, junto a otros dos que serían figuras en el Mundial: Sergio Goycochea y Claudio Caniggia. Pero también, en aquella tarde primaveral en Suiza, fue el debut de Juan Funes en la Selección Argentina y su primer encuentro oficial con Diego Maradona en un campo de juego.

Diego era muy cálido y natural con los nuevos compañeros que se sumaban al equipo. Seguía al detalle el campeonato argentino y conocía muy bien las trayectorias de cada uno. Con Juan, además tenían cosas en común. Sus orígenes humildes, el amor hacia sus familias, el gusto por disfrutar de las cosas simples, su manera frontal para manifestar sus pensamientos y también que ambos habían logrado el éxito en los equipos más populares de la Argentina. Uno en Boca Juniors y el otro en River Plate. La buena química fue inmediata y se profundizó durante la Copa América de ese año.

Funes con la camiseta número 7 y Maradona con la 10 integraron el plantel de una Argentina que fue la organizadora y anfitriona del torneo continental. Diego llegó muy cansado luego de una de las temporadas más agotadoras de su carrera, ya posicionado definitivamente como el mejor futbolista del mundo, con varios compromisos comerciales y el estallido que significó el primer Scudetto que ganó con la SSC Napoli. A pesar de esa carga, convirtió 3 goles en 4 partidos y fue el mejor jugador del seleccionado. Bilardo contaba con varios delanteros pero le dio la titularidad a José Percudani, atacante del Club Atlético Independiente. Por otra parte, Pedro Pasculli del Lecce italiano y Oscar Dertycia de Instituto de Córdoba no tuvieron minutos, por lo que Juan Funes tuvo que competir con su compañero de equipo, Claudio Caniggia para ser la primera opción de relevo. Ambos tuvieron sus oportunidades y el rubio delantero fue la revelación del equipo con los 2 goles que convirtió durante la Copa, pero Juan también pudo haber convertido en la semifinal, cuando con un cabezazo estuvo a punto de batir al arquero uruguayo, Eduardo Pereira, quien realizó la mejor atajada del torneo para evitarlo. Esa jugada pudo ser clave para cambiar el curso del partido y tal vez para afianzar a Funes en el equipo, pero Uruguay venció por 1-0 y la Argentina tuvo que ir a jugar el encuentro por el tercer puesto, perdiendo 1-2 con el combinado de Colombia.

Los caminos de Maradona y Funes se separaron pero continuaron en contacto. Diego regresó a Italia donde siguió teniendo éxitos importantes y Juan volvió a River Plate. Carlos Bilardo lo convocó para entrenamientos posteriores pero un problema de salud de su padre y los viajes a San Luís le impedían cumplir con los estrictos requisitos del director técnico albiceleste, quien decidió desafectarlo para que pudiera atender su situación familiar con la promesa de seguir observándolo. Después, en noviembre de 1987 surgió una oportunidad económica interesante y el «Potro» emigró hacia el club Olympiakos FC, pero se trataba de un torneo que no era de los más importantes de Europa y que luego el propio futbolista consideró como un error en su carrera. Nunca se adaptó y dijo que «vivir en Grecia es un infierno». El apoyo de su esposa Ivana Bianchi fue vital y llegó su único hijo, Juan Pablo.

Su posterior paso por el Niza de Francia no pudo concretarse porque le detectaron un suplo en el corazón y en la temporada 1989/1990 decidió regresar al país para vestir la camiseta de un club en el que se había probado durante su infancia: Vélez Sarsfield. En el equipo de Liniers volvió a destacarse y convirtió 12 goles en 26 partidos. Por esto, ante la sequía goleadora que estaba sufriendo el seleccionado, le consultaron a Carlos Bilardo si lo convocaría para el Mundial de Italia. El entrenador respondió que seguía en observación pero luego no lo citó. En diferentes conversaciones que tuve con periodistas y aficionados, pude constatar que somos muchos los que pensamos que Juan Funes pudo haber sido el delantero que la Argentina necesitaba en aquella Copa del Mundo.

Hubiera sido su última oportunidad en el fútbol, porque cuando Boca Juniors estaba interesado en contratarlo y hasta se tomó unas fotos vistiendo su camiseta, en septiembre de 1990 le detectaron un problema en el corazón e inició una lucha por su vida que incluyó distintas operaciones cardíacas en busca de una solución.

Comenzó a construir con sus propias manos su escuelita de fútbol, colocando ladrillo por ladrillo. Soñaba inaugurarla muy pronto para generar más futbolistas surgidos en San Luís y deseaba que en el acto estuvieran sus grandes amigos: Ricardo Gareca, Oscar Ruggeri y Diego Maradona. Sobre el «Diez» dijo: «El petiso es un fenómeno. Si lo llamo seguro viene».

La noche del martes 31 de diciembre de 1991 celebró el año nuevo con su familia. Cantó y bailó sin que nadie imaginara lo que se avecinaba. A los pocos días su estado de salud se complicó y tuvo que ser internado en Sanatorio Güemes en la Ciudad de Buenos Aires. Diego Maradona estaba cumpliendo con la primera suspensión que le había impuesto la FIFA y se enteró de lo sucedido, por lo que fue a visitarlo el sábado 11 de enero de 1992. En su autobiografía: «Soy el Diego de la gente» (2000), dijo: «Hoy podría agregar al Búfalo en mi lista de grandes amigos, de los más íntimos, aunque recién hablamos y nos sentimos juntos en serio, con profundidad, en los últimos quince minutos de su vida. Él estaba internado, con el corazón roto, pobre, con el corazón partido. Ver a ese oso bueno, a ese hombre enorme postrado en la cama, era una imagen tremenda, muy dolorosa. Con Claudia seguíamos la cosa bien de cerca. Y el último día, por esas cosas que el Barba (Dios) tiene reservadas para mí, yo estaba ahí, justo ahí, al lado de la cama. Y se murió, ahí nomás. Casi en mis brazos».

El adiós y la solidaridad

Las imágenes lo mostraban caminando muy preocupado, hasta que llegó la noticia fatal. En su quinta operación del corazón, luego de una arritmia y dos paros cardíacos, Juan había dejado este mundo. Una endocarditis protésica se lo había llevado. Sus abuelos paternos fueron muy longevos y vivieron más de 100 años, pero el «Búfalo» se había ido con apenas 28. Vaya paradoja del destino la de un hombre que había construido su camino a puro coraje y sacrificio con un gran corazón.

«Estoy destruido» fueron las palabras que Maradona compartió con los medios. Pagó una deuda con el centro médico para que pudieran retirar el cuerpo y alquiló un transporte en el que viajó junto a otros futbolistas como Roque Alfaro, Ricardo Gareca, Carlos Navarro Montoya y Oscar Ruggeri para asistir a la ceremonia. Miles de personas participaron de la misa que ofició el Monseñor Juan Laise, Obispo de San Luís, frente a la Casa de Gobierno y desde ahí lo acompañaron a lo largo de 16 cuadras hasta el llamado cementerio del Rosario en su ciudad natal. Se merecía semejante muestra de afecto por ser «Un tipazo. Fresco, alegre, ganador y buen compañero», tal como lo definió el mencionado Ricardo Gareca.

Juan había invertido parte de sus ahorros en el proyecto de su escuela de fútbol y luego del desenlace inesperado, su esposa y su hijo no estaban en una buena posición económica. Por eso, aunque el dolor de la pérdida lo atravesaba, en el mismo día en que su amigo partió, nació en Diego la idea de realizar un partido homenaje para honrar su memoria y ayudar a su familia. Maradona había tenido sobradas muestras de sensibilidad hacia los más necesitados, realizando múltiples donaciones o como cuando el sábado 3 de agosto de 1991 en el Estadio de Ferro Carril Oeste, fue la principal atracción del partido a beneficio que permitió comprar un tomógrafo y donarlo al Hospital Fernández. Esta ocasión no sería la excepción, aunque como se encontraba cumpliendo una suspensión de 15 meses, la FIFA envió un fax en el que mencionaba posibles sanciones varias si el partido se llevaba a cabo y la AFA ofreció una suma de dinero a cambio de que el encuentro se postergara hasta que Diego estuviera habilitado nuevamente, pero el «Pibe de Oro» siempre fue un rebelde indomable y no estaba solo en esta cruzada, ya que tenía el apoyo de los protagonistas, sus colegas jugadores de fútbol. Los dirigentes de los clubes opinaron a favor y en contra, así como también lo hizo la prensa nacional e internacional, pero sus puntos de vista pasaron a un segundo plano. Por Juan y los suyos se había propuesto materializar el tributo y nada ni nadie lo iban a detener.

Para quitarle al partido todo carácter oficial, se decidió que los equipos tuvieran 12 jugadores y que los saques de banda se efectuaran con los pies. Así fue como el miércoles 15 de abril de 1992 a las 21:00 horas en el Estadio de Vélez Sarsfield, el homenaje se hizo realidad. Con el arbitraje de Ricardo Calabria, el equipo azul tuvo como capitán a Diego Maradona y el equipo blanco a Oscar Ruggeri. Los primeros vencieron 5-2 con goles de Alberto Acosta (2) y Diego Maradona (2), que formaron una dupla demoledora, y otro de Norberto Ortega Sánchez para los azules, mientras que Ricardo Gareca y Carlos Tapia anotaron para los blancos. También participaron: Nery Pumpido, Carlos Navarro Montoya, Fabián Cancelarich, José L. Chilavert, Sergio Batista, Ricardo Altamirano, Néstor Fabbri, Alfredo Garré, José Basualdo, Blas Giunta, Claudio García, David Bisconti, Alberto Carranza, Roberto Cabañas, Jorge Acuña, Víctor Marchesini, Néstor Gorosito, Leonel Gancedo, Oscar López Turitich, Diego Soñora, Sergio Vásquez, Carlos Enrique, José L. Villarreal, Alejandro Mancuso, Alberto Márcico, Diego Latorre, Esteban González, Ricardo Giusti, Gerardo Meijide, Claudio Zacarías, José D. Ponce, Silvio Rudman, José Flores y Pablo Funes, hermano de Juan.   

A pesar de la inactividad, Diego mostró que era diferente a todos los demás. Se lo vio motivado, rápido y con su magia distintiva. Se recaudaron 105.000 dólares por venta de entradas, 50.000 por los derechos de televisión que pagó canal 9, a los que se sumaron otros 40.000 por la publicidad estática. Al finalizar el evento, cuando le informaron lo recaudado, Diego dijo frente a las cámaras: «Me alegro mucho por ese hijito que está en la platea y por esa señora. Yo sé que no le vamos a devolver a Juan pero sí le vamos a poder dar algo como para que el hijo tenga una educación como quería Juan y que la señora viva dignamente sin tener que pedirle nada a nadie«.

Juampi tenía 3 años y medio, y cursaba el jardín de infantes en el instituto «Barquitos de papel» donde la maestra era su mamá Ivana. El tiempo pasó. Juan Pablo Funes Bianchi creció con una buena educación, se recibió de Abogado y actualmente es Diputado por la provincia de San Luís. Preside la Fundación Corazón de Búfalo y es padre de una nena y dos nenes. Al momento de recordar a Diego, dijo: «Fue un amigo de verdad. Ojalá descanse en la paz que tanto le costó tener. Ojalá le dé ese abrazo que tenía ganas de darle al Búfalo y en ese abrazo estemos todos agradeciéndole por tanto fútbol«.

Un día como hoy, hace 30 años, Diego Armando Maradona concretó la organización del partido homenaje para su amigo Juan Gilberto Funes. No fue un «adiós», sino un «hasta luego» y seguramente el 25 de noviembre de 2020 se habrán reencontrado en un lugar mejor. Mientras tanto, en este mundo donde aún estamos los demás, pienso que el «Búfalo», «Fiera», «Potro», «Mininito», «Sapo»… el querido Juan, dejó su nombre grabado en la historia grande de nuestro fútbol argentino y nunca jamás será olvidado.

 

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