Algún día el brasileño Kaká podrá contarle a sus nietos que fue el último ser terrenal en cosechar el premio al mejor jugador del mundo en el año 2007, año en el que brillara con el Milan campeón de todo que dirigía Ancelotti. A partir del siguiente año comenzaría la era comandada por estos dos monstruos que son Lionel Messi y Cristiano Ronaldo. Entre ambos se repartirían todos los premios habidos y por haber y consolidarían una hegemonía compartida cuasi irrepetible en el mundo del fútbol.
Sí, Lionel es nuestro y no nos quedan dudas de que es un «The Best» permanente. Además existen sobrados argumentos para colocarlo por encima del portugués en el comparativo de sus carreras, tanto en números como en talento. Ahora bien, ¿no es mejor disfrutar de lo que producen ambos? El día de mañana, cuando ya no juegue ninguno de los dos, seguramente nos agarremos de la cabeza y no podremos creer haber sido contemporáneos de estos dos animales del deporte más hermoso del mundo. Es muy difícil mantenerse en tan alto nivel durante tanto tiempo y sin otras competencias a la vista (Neymar hoy sigue lejos).
A veces asemejo este duelo al de Federer con Nadal. Sin embargo, la rivalidad del suizo con el español, ese asunto de dos y nada más que dos, no pudo impedir por caso el surgimiento de un Djokovic o, en menor medida, de un Murray. Que no estén a la altura de los dos más grandes no implica que no hayan sido – ni aún sean, pese a lesiones y este 2017 retro – competitivos. El serbio supera la decena de Grand Slams por ejemplo. En consecuencia la disputa entre CR7 y Messi no parece tener parangón.
El último lustro parece favorecer a Cristiano. Es una paradoja de estos premios: la diferencia para ganarlo no está en el terreno individual, sino en los logros colectivos. Aunque estén palo y palo, o incluso Messi genere más «individualmente», las conquistas con equipo o Selección terminan teniendo su peso. El Real Madrid de Zidane encumbra a CR7 como el Barsa de Guardiola magnificó a Lionel. Ojalá en Rusia, Messi encuentre las respuestas grupales para volver a calzarse simbólicamente en estas galas el cetro que le corresponde a su magia periódica.