¿Consolidación? Preferible decir «construcción»

¿Por qué no pensar en el cultivo de valores por encima del binomio resultadista de perder o ganar?

Por Murilo Rocha (@MuriloC_Rocha)

Me tentó la obviedad poética del momento: “el Domingo de Resurrección, el fútbol aprovecha para renacer”. Lo descarté para no burlarme de la fe de nadie ni repetir lo de hace un año, cuando Paulo Henrique Ganso montó un espectáculo y el Campeonato Carioca terminó en manos del Fluminense.

El Flu, ahora bicampeón, tiene al “maldito” Fernando Diniz. Es aquel que durante años remó solo contra la corriente contra los detractores que desde el Siete a Uno en 2014 disparan a la velocidad de la luz. Es aquel que ahora, en el contexto de la repugnante “ola extranjera” que llega a Brasil y la patética promesa de salvación basada en la importación irreflexiva de imágenes, ideas y comportamientos, subió al Olimpo con el corazón de ese fútbol ingenioso y entusiasta que caracteriza a los brasileros.

Mucho más que una final del Carioca

En la transmisión de Bandeirantes los tres comentaristas eran exjugadores formados en la cultura “brasileña” del juego: Athirson, Washington y el cuatro veces campeón mundial Ricardo Rocha. Si contamos con el narrador Sérgio Maurício, que viene del ambiente de la Fórmula 1 y, por lo tanto está lo suficientemente distanciado de la prensa futbolística como para no caer en la “zanja discursiva” existente, podemos decir que fueron cuatro comunicadores puros —y con puro quiero decir protegido de la epidemia del pensamiento autodestructivo y limitante de la sabiduría brasilera del juego.

Esa “pureza” discursiva fue fundamental para la forma en que condujeron el evento, destacando la evidencia del hecho: el Fluminense, con un técnico de Brasil, fue superior en todos los aspectos visibles y presumibles del partido contra Flamengo, con un entrenador barnizado de “cultura-académica-europea” para quien jugadores como Gabigol son instrumentos de validación táctica y deben acompañar al lateral contrario en lugar de priorizar la creatividad ofensiva.

Es otra evidencia, y quizás la mejor, del carácter emblemático del partido: llegó al pueblo a partir de la interpretación de quienes no lo juzgaron por los torcidos preceptos de la “superioridad del otro”, comprendiendo la ideología futbolística del hincha. “El Fluminense de Diniz es lo que nos acostumbramos a ver durante mucho tiempo en el fútbol brasilero”, dijo Ricardo Rocha, sabiendo muy bien de lo que hablaba. Fue entrenado por Parreira, Telê Santana y Jair Pereira, solo para nombrar algunos.

La filosofía también se aplica fuera de la cancha

Una vez terminado el partido, la conferencia de prensa fue la extensión perfecta del acontecimiento, y me aventuro a decir que tuvo un nivel de importancia similar. Quedó en manos del asistente Eduardo Barros, para quien Diniz es un “genio” lleno de “energía, espíritu y ganas”. No es casualidad que esas también sean las señas de identidad de su equipo.

En medio de la lluvia de preguntas, alguien le preguntó a Barros si Diniz se “consolidaría” en Brasil tras ganar el título –dudo que se le hubiera preguntado de la misma manera al propio Diniz–. Tuvo una respuesta categórica: “siempre lo ha estado». Si uno lo piensa dos veces, es poco probable que alguien que entrenó a São Paulo, Santos, Athletico y Fluminense por segunda vez no se “consolidara”.

Pero Barros sabía que la pregunta tenía el trasfondo de una guerra narrativa por “ganar un título”, y soltó la perla más hermosa de la noche, el equivalente verbal del gol de Marcelo: “Si los 20 equipos del Brasilerão fueran considerados equipos de autor, igualmente solo uno sería campeón. Lo que no quiere decir que los demás no estarían consolidados”. En lugar de esa eterna lucha de fuerzas por la supervivencia dentro de la cruda jungla de los clubes, ¿por qué no sumarlos al cultivo de valores por encima del binomio resultadista de perder o ganar?

Un proyecto de epílogo

Ahora que Fernando Diniz se ha puesto a dar vueltas olímpicas, uno encontrará virtud hasta en la elección de la marca de champú con la que se lava el pelo. Mientras aplicaba su ideología de juego en el desierto, sin presupuestos millonarios y equipos competitivos, solo con su propia fe y gusto por el juego, abriéndose a los errores a cambio de aprender de ellos, ¿quién lo veía como un “autor”, alguien que se sacrificaba por el bien mayor?

Unos cuantos, sí. Pero la gran mayoría se dejaba embelezar por el “campeón del año”, siendo uno más que luego fue olvidado al instante, sin gracia, sin lujuria, sin sazón, que solo repetía lo que había hecho su predecesor para llevarse algún título en este juego de supervivencia en el que se convirtió el fútbol. Solo un escenario de equipos que se hacen y deshacen mientras se cambian los colores de las camisetas, viendo como un fin su propia existencia. Mientras tanto, dañan al que busca algo más allá de todo eso.

Ahora, digamos que el dinizismo se convierte en el comienzo de una moda. Entonces sucederá lo que estamos esperando desde hace mucho tiempo: una construcción. Estaremos construyendo con el fútbol algo que se extenderá como un espíritu mucho más rico para nuestra cotidianeidad, que nos entretenga y nos llene de placer en lugar de sólo recordar que debemos sobrevivir, que debemos “consolidarnos” en el mercado de trabajo, en los estudios, en la vida familiar, etc., para recién ahí tener derecho al bienestar.

Barros y Diniz sacaron el fútbol del pozo en el que estaba inmerso. ¿Y nosotros, qué? ¿Cómo afrontaremos el fútbol? ¿Lo dejaremos algún día morir indefenso frente a nosotros? Yo prefiero que nos demos la mano y empecemos a construir cosas nuevas.

Foto: Armando Paiva / LANCE!

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