Por Leonardo Nieto (@leonardo_nieto17octubre)
Nuestro fútbol viene atravesando una turbulenta coyuntura histórica -y deportiva-. Un día vino el VAR, se instaló y se quedó. Está claro que se trata de una herramienta más a disposición de las leyes y del arbitraje; quienes venimos de otra época, quizás, nos resistimos en su momento y seguimos haciéndolo pero dado el escenario actual no nos queda mucho más que aceptar este cambio tarde o temprano.
Ahora bien, una vez que lo aceptamos -y que aceptamos las demoras, que el partido se enfríe, que los jugadores se distraigan o se impacienten, que los goles se griten para que acto seguido sean anulados o bien que se griten dos veces- caemos en cuenta de que no se trata de una herramienta infalible. ¿Entonces? ¿Qué plato de la balanza pesa más?
Por otro lado, los equipos argentinos se ven en la obligación de aceptar que los jugadores jóvenes, los nuevos, los pibes que anduvieron más o menos bien en determinada liga o determinada copa puedan no ser de la partida en la siguiente: el mercado los vende antes de que aquéllos sepan cuánto valen y aun -acontecimiento que me parece gravísimo por lo absurdo- antes de haber obtenido un trofeo siquiera local, vernáculo. ¿Cómo se los retiene? ¿Cómo se hace para que los pibes se queden en nuestra liga?
No es una cuestión caprichosa ni celosa ni autoritaria, es que el fútbol argentino necesita de estos nuevos valores para seguir siendo, para definir un piso y crecer. De modo que, por un lado, vienen al país jugadores como Edinson Cavani, Juan Fernando Quintero o Éver Banega y entonces el torneo argentino levanta considerablemente mientras que, por otro lado, nuestros pibes se van -a cualquier liga, sí, hay que decirlo- y chau equilibrio, seguimos corriendo la coneja. Usted me dirá que es un tema de dinero y que no está bien meterse en el bolsillo del deportista. Pues será tema para otra nota.
Por si fuera poco, las vicisitudes y los enconos relacionados a clubes versus sociedades anónimas. Si todo nos cuesta tanto, aquí en Argentina y sobre todo en el deporte que se parece cada vez menos a lo que yo solía ver en mi juventud, ¿era necesario instalar esta disyuntiva? ¿Queremos clubes que sean de la gente o queremos empresas?
Y ya que estamos, me permito meterme, así de pasada, en el tema sponsors: quienes pertenecemos a otro siglo conservamos la visión romántica -demasiado, sí, ¿por qué no?- de que las camisetas son mejores y más bellas sin publicidad.
Pongalé que es una exageración de mi parte esta pretensión, se lo concedo. Pero de ahí a llevar sobre la casaca las leyendas de las casas de apuestas que inducen al público a dejar de ser espectador de fútbol, a dejar de ser hincha para convertirse en tahúr de estos tiempos, me parece demasiado.
Los psicólogos hablan en los medios sobre la conducta de los adolescentes respecto del mundo de las apuestas, en las escuelas se está convirtiendo en un problema serio y nosotros tenemos que aceptar que una casaca nos recuerde quién banca a nuestro equipo a la vez que nos seduce para que pongamos la moneda. Sin olvidar que la Liga que se está disputando en este semestre lleva el nombre de una casa de apuestas. Todo mal. Encima, se nos va Menotti. ¿Qué quiere que le diga?
Finalmente, luego de estas líneas a manera de catarsis -y para que quede claro-: pese a todos estos males, al fútbol argentino no lo cambio por ningún otro.