Luis Garisto, un personaje con pasta de ganador

Luis Garisto fue un jugador y DT muy querido en casi todos los lugares que estuvo. Hoy tratamos de entender por qué dejó tan buenos recuerdos.

Por Facundo Mussa (@mussafacu)

Recordado por su paso por Independiente donde salió campeón del país, del continente y del mundo durante la primera mitad de los 70’s, la figura de Luis Garisto se termina de completar con una carrera nada desdeñable como director técnico y una personalidad muy especial.

Uruguayo de Montevideo, donde nació el 3 de diciembre de 1945, supo sentirse cómodo a ambos lados del Río de la Plata. Se hace de abajo con pasos destacados por equipos de segundo nivel en el fútbol del país charrúa y eso le vale para llegar en 1969 a la parte roja de Avellaneda. Era un momento inmejorable para el equipo.

Ganó los campeonatos Metropolitano de 1970 y 1971, las Copas Libertadores de 1972 y 1973 y estuvo en el plantel que se consagró contra la Juventus en la Intercontinental ese último año. Un jugador completo, recio y de estirpe que en Independiente se adaptaba a un rol secundario consistente en poder reemplazar a cualquier jugador de la defensa sin terminar de afianzarse como titular indiscutido.

Justamente fue con un compañero de defensa histórico como el Chivo Pavoni que viajaron a Alemania en 1974 para integrar el plantel de Uruguay en el Mundial. Ambos tuvieron participación durante el torneo (Pavoni incluso metió un gol), pero no les alcanzó para clasificar a su equipo a Octavos de Final. Uruguay quedó afuera en fase de grupos y tan solo pudo sumar 1 punto en un grupo conformado por Países Bajos, Suecia y Bulgaria.

Ya para ese momento era jugador de Peñarol, donde para no perder la costumbre también ganó los campeonatos uruguayos de 1974 y 1975. Luego de esos dos años por primera vez se aleja del Río de la Plata para jugar en el Cobreloa chileno, donde no desentonó, logró ascender y fue tan querido que optó por retirarse allí. Sus travesías lo habían llevado a triunfar en todas las longitudes del Cono Sur.

Como técnico supo dirigir en nuestro país a equipos como Unión, Gimnasia, Estudiantes e Instituto, y en Uruguay es de los que se dieron el lujo de pasar tanto por Nacional como por Peñarol. Del otro lado de la línea de cal no tuvo tantos logros, pero sí hizo historia con los pocos que tuvo. Sacó campeón a Danubio de la Liguilla 1983 (jugada en 1984 por los desastres en calendarios que suelen caracterizar al fútbol sudamericano) por encima de Peñarol y Nacional, hecho siempre recordado en La Franja.

Ya a principios de los años 2000 mantuvo a un frágil Banfield en Primera durante dos años, logro que a pesar de lo sufrido se le reconoce por dejar excelentes recuerdos. Poco después de irse ganó el segundo título de su carrera: el Clausura chileno 2003, al frente de Cobreloa. Sigue siendo, por ahora, el anteúltimo título del club a nivel nacional.

José Luis Calderón, exjugador que fue entrenado por el uruguayo en Estudiantes de La Plata, contó para El Gráfico una anécdota que refleja las enseñanzas que dejaba Garisto como entrenador. “Estaba comiendo en la concentración y me trajeron una milanesa un poco cruda. “Adela, me la puede cocinar un poco más”, le pedí. Y vino el Gordo: “Caldera, ¡pégate una vuelta por el pasado! Acordate del mate cocido con pan duro”. Tenía razón. “Adela, tráemela así que está bárbara”, le pedí enseguida.”.

Hablaba poco y no se levantaba del banco de suplentes durante los partidos. Explicaba que «Yo no hablo. Para qué voy a hablar si con el ruido de la cancha no me escuchan. Mi trabajo es como el de esos comerciantes que van por la calle entregando folletos con promociones. Yo hago eso en la semana: doy información. Y los jugadores van incorporando. Hay algunos que agarran más folletos y otros que agarran menos. Después, el día del partido me siento en el banco tranquilo y lo miro. Ya no tengo más nada para hacer.»

Con su impronta formada en los potreros de Montevideo, supo dejar su huella en las dos márgenes del Río de la Plata. Falleció el 21 de noviembre de 2017 a los 71 años en su ciudad natal, Montevideo.

Muchos clubes le dedicaron un mensaje luego de su muerte, pero el más emotivo fue el de Independiente. “Su aspecto de duro cuando uno se acercaba a él, quedaba enseguida al margen al escucharlo. Bonachón de corazón gigante, tenía la palabra justa para definir una situación y también con algo de ironía. Siempre que pudo se acercó a estar con sus compañeros de tantos logros para hablar de fútbol en el medio de la mesa. Independiente hoy llora su pérdida, porque fue un baluarte y se hizo querer en su paso por el club. Chau, Gordo… te vamos a extrañar.”

Foto: Twitter (@varskysports)

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