Por Fabio Martín Olivé (@fmartinolive)
En tiempos en los que el fútbol se rinde ante el marketing, las marcas y las cifras astronómicas, hubo un jugador que eligió un camino distinto. En Livorno, ciudad portuaria del norte de Italia y cuna del Partido Comunista Italiano, nació uno de los últimos románticos del deporte moderno: Cristiano Lucarelli.
Hijo de un estibador sindicalista, Lucarelli creció entre grúas, barcos y bolsas pesadas. Su infancia fue un desfile de madrugadas obreras, discusiones políticas y sueños sencillos. Entre paseos por el puerto con su hermano Alessandro y lecturas de El Manifiesto Comunista frente al póster de Lenin que adornaba su habitación, el joven Cristiano comenzó a dibujar su destino. Lo suyo era el fútbol, sí, pero no cualquier fútbol. Soñaba con vestir la camiseta del AC Livorno, el club del barrio, el club de su gente.
Alto (1,88 metros), potente en el juego aéreo pero con una técnica inusual para su físico, Lucarelli debutó en el modesto Cuoiopelli de la Serie D. De ahí saltó al Perugia, con el que ascendió a la Serie B, y luego explotó como goleador en Cosenza. La selección Sub-21 lo convocó y en 1997 llegó el partido que marcaría su vida: Italia vs Moldavia, en el estadio Armando Picchi, su casa.
Con las tribunas repletas de amigos, familiares y compañeros del partido, Lucarelli convirtió un gol. Fue a celebrar con los suyos y, al quitarse la camiseta, dejó ver otra con el rostro del Che Guevara estampado en el pecho. El gesto recorrió el país, indignó a los sectores más conservadores y provocó su exilio inmediato de la selección. No volvió a vestir la Azzurra hasta ocho años después.
Pero él nunca se arrepintió. Siguió su carrera: Atalanta, Valencia, Lecce, Torino. Fue en este último donde se ganó el cariño de la hinchada, sobre todo tras marcarle un gol a Juventus en el Derby della Mole. Todo indicaba que allí se quedaría… hasta que en 2003 Livorno, su Livorno, ascendió a la Serie B.
El Torino le ofrecía un millón de euros por temporada. Livorno, la mitad. No dudó. “Para algunos, el sueño es ser millonario. Comprarse una Ferrari, un yate. Para mí, lo mejor de mi vida sería jugar en Livorno”, dijo con lágrimas en la presentación. Eligió la camiseta número 99, en honor al año de fundación de las Brigadas Autónomas Livornesas (1899).
Su impacto fue inmediato: 29 goles en 43 partidos. Con cada tanto, el puño en alto. Celebraciones que hablaban de lucha, no de ego. Livorno, después de 55 años, regresaba a la Serie A. Al año siguiente fue capocannoniere (máximo goleador) del campeonato con 24 goles y clasificó al club por primera vez a la Copa UEFA. Torino intentó llevárselo de nuevo, esta vez ofreciendo 4.000 millones de liras. La respuesta fue la misma: no.
En 2005, la ciudad organizó un encuentro entre Lucarelli y Aleida Guevara, hija del Che. Ella buscaba fondos para un hospital pediátrico en Cuba. “Sé que ama a mi padre. Y estoy segura de que él también lo habría querido”, dijo tras la reunión.
En 2007 cerró su ciclo en el Amaranto y firmó con el Shakhtar Donetsk de Ucrania. Pero antes cumplió una promesa: donó la mitad de su salario para fundar un diario local que generara empleos. No pasó mucho tiempo en el este europeo. Parma lo llamó para pelear el descenso. Aceptó, aunque eso le costó críticas de algunos hinchas de Livorno. Ninguno de los equipos se salvó. Pero en el regreso a la Serie A, también volvió él a Livorno.
La última parada fue Nápoli, donde se retiró en 2012. Hoy es entrenador del Pistoiese, en la Serie D. Lucarelli jamás se dejó tentar por la fama ni por la riqueza. “Muchos creen que el estilo de vida de un futbolista no es compatible con el comunismo. Pero yo ya era comunista antes de ser futbolista”, suele decir.
Nunca necesitó una línea de indumentaria propia, ni publicidades, ni hacerse streamer. Con ideales firmes, puño en alto y goles que nacían del corazón, Cristiano Lucarelli demostró que en este fútbol de negocios, aún hay lugar para los que creen en algo más.
Este texto fue originalmente publicado en https://fmartinolive.medium.com/el-goleador-que-levantaba-el-pu%C3%B1o-207dc2aeaa47
