Por Uriel Frimet (@ufrimet_)
-¿Cómo hacemos para explicarle?
-No sé… De eso siempre te encargas vos.
-Pero vos sos más pedagógica.
-¿Y qué tiene que ver? ¿Cómo hago para explicarle?
-Qué sé yo… Si yo le cuento, me quiebro ahí nomás. ¿No viste cómo estaba ayer? Casi deshidratado de tantas lágrimas. También me duelen las manos de aplaudir tan fuerte el esfuerzo ajeno y con el frío medio que se me pasparon.
-¡Pero si lo tenés que decir con la boca y no con las manos, Marcelo! ¡Dejá de joder! ¡Siempre buscás una excusa para las conversaciones incómodas!
Y eso era verdad. Nunca pude enfrentar lo importante. Siempre busqué intermediarios para que socorran mis problemas. Es que yo en mi cabeza ya estaba visualizando la película que iban a hacer de la hazaña de este clú. Llegamos a la final con todos pibes del clú menos el arquero, que decidieron poner una torta de guita porque el anterior se podría decir que no tenía dedos, y somos generosos… Una vez tuvimos la desdicha de tener tres penales en contra. El tipo creyó en todas que se la iban a dejar servida, en el medio donde se quedó paradito cual poste de luz averiado del conurbano. Fué el espectador más VIP de esos tres tiros al costado con una velocidad mínima que hasta un arquero de baby fútbol hubiera atajado.
Yo a mi pibe no lo llevé a la cancha porque está muy caldeado el asunto con dos hinchadas. El berrinche que nos hizo, madre de Dios… Encima por televisión no lo podía mirar mi pibe. Me rajaron de la fábrica el mes pasado y tuvimos que recortar gastos. La radio ni la iba a saber prender. Es un bardo ese bodoque que nos dio la madre de Belén.
Aguantamos unos cuantos minutos frente a la puerta de la casa antes de entrar; aún sabiendo lo picado que estaba el barrio, esperamos ahí nomás, nostálgicos y medio vacíos. Tuvimos que tomar coraje antes de entrar por la puerta de casa.
La miré cuatro veces al menos a Belén esperando que me diga “bueno, yo le digo”, pero su cara de madre sufrida me decía que me encargue de darle el pésame al pibe. Mi pibe estaba todo vestidito con el conjuntito del clú cuando nos fuimos… Hasta los botines sucios se puso para esperar a que sus papis vengan y le digan que por primera vez íbamos a levantar una copa. Le prometimos que nos íbamos a sacar una foto con Rodríguez, el ocho que juega por toda la cancha. Ese sí que se tiraba a todas las pelotas como si jugara a pincharla y ganarse el premio mayor.
Cruzamos la puerta y ahí estaba, sentadito en el sillón gastado, otro regalo de la madre Belén, la única abuela viva que tiene mi pibe. Sus piecitos no le llegaban al piso, estaba medio en diagonal cual hamaca oxidada de placita con promesas incumplidas del municipio.
Apenas escuchó que se abría la puerta y entraba mi olor moribundo a pucho barato cerró de un saque el álbum de figuritas incompleto que tenía y vino corriendo hacia nosotros. No dijo ni “hola”, se paró en frente nuestro con una sonrisa expectante y ansiosa de que le demos la mejor noticia de su vida.
Igual él no hablaba mucho, era muy chico para ese entonces y solo decía palabras básicas. Si te descuidás, apenas decía cosas como mamá, papá, caca y fútbol. Sus ojitos brillosos delataban que había estado bostezando varias veces, esperando a sus papis con total inocencia de que el resultado iba a ser favorable y ver nuestra foto con Rodríguez. Le dije que nos sentemos en la cocina.
Estaba un poco más oscura para contarle y seguro se me iban a caer las lágrimas mientras le relataba el partido. Además la heladera hacía apenas más ruido que un camión de los ‘60 y eso me jugaba a favor para aturdirlo un poco en todo lo que le iba a contar. Pensaba en decírselo parados para poder hacer de éste asunto un trámite sin valor agregado a nuestras vidas. Él me iba a mirar desde abajo con cansancio y ganas de sentarnos y yo no iba a estar preparado para cambiar la estrategia sobre la marcha. No podía ni imaginarme la situación.
Encima yo estaba recaliente con Belén que me mandó al muere solo y no me hizo el aguante. Pero ojo, con esos once muertos que tenían que hacer que un coso redondo pase por adelante de una línea, sí se involucró; desde arriba del paravalancha alentó la muy turra.
Y poco a poco la cara de nuestro pibe iba haciéndose cada vez más seria. Para cuando voy a contarle el final del partido donde nos meten el 4 a 3 en la última jugada después de estar ganando 3 a 0 en el primer tiempo, mi pibe, nuestro pibe, dice: ¡manga de fracasados hijos de puta!
