Por Ariel Korzin (@ariel_asecas/)
La serie de semis me agarró dando clases. Dos jueves a la noche en la facultad, hablando de comunidad, democracia liberal vs democracia comunitaria, poder electivo vs deliberativo, de participación, diversidad y otras yerbas.
Con el partido en segundo plano, hice simplemente lo que pude contando con la solidaridad del estudiantado y chequeando el resultado a cada rato en el celular. A la Fortaleza no pude ir con mi hijo Manuel y celebré que fuera igualmente en familia. Pero me quedó una sensación extraña. Una estudiante simpatizante del Grana me cantó el gol del Flaco Castillo y ahí todo empezó a tener que ver con todo, una vez más.
Hay algo de cierta modificación en la totalidad cuando concentramos tanto el corazón en una cosa. Cuando se dan los resultados, los partidos no son hechos aislados. Los unimos en aceleración como una cumbia haciéndose cuarteto; una manija colectiva poderosa y contagiosa.
La ilusión también convoca e invoca. Los viejos y los guachos. Lo pasado que vuelve. Las ausencias que obran desde algún lado, porque en este plano lo estarían haciendo. Los objetos que hablan. El pedacito de tablón de la cancha que le regalaron a mi abuelo de cortesía por comprar siempre la rifa del club. Ese gorrito de 2007 cuando ya había fichado a quien luego sería el amor de mi vida y madre de mis hijos. Esa foto con Ramón en la panadería del barrio, un 2 de diciembre, cuando Manu tenía menos de un mes.

El pulso se hacía ritmo y entre debates internos y externos, un día Manuel me dice “estuve pensando lo de la cancha. Vamos a Paraguay”. Ok. ¿De qué me disfrazo ahora? De martillo de esos que rompen un chanchito noventoso de cerámica, pintadito de colores y de todo tipo de averiguaciones para poder salir con él del país.
Ya habíamos decidido con la madre que, de ir a Paraguay, debía ser en avión y platea. Sí, lo económico y lo logístico. Pero, ¿de qué se disfraza un padre cuando comparte su equipo de fútbol con un hijo, una hija, un sobrino? ¿Qué es lo que pretendemos compartir?
La organización del club fue brillante. Se ocupó de que viajara la mayor cantidad de gente posible pudiendo hacerlo como solemos ir a La Fortaleza, en familia. Pensaba para mí en los días previos que esto empezó allá a fines de 2003, cuando un juez menemista de la servilleta, un tal Bañasco, quiso hacer la aventura de presidir el club para entregarlo en gerenciamiento.
No hizo falta un redoblante que le partiera la cabeza como a otros de su época. Se juntaron todas las facciones, las familias, las tendencias en una lista de unidad y fuimos a votar todos los socios. Ganó la lista popular, la que quería que el club siguiera siendo así, de los socios. Y así terminamos ganándole esta final a una SAD.
“De la mano de mi viejo”. Quizás lo que hacemos al integrar a los chicos al amor a un club es proveerles una trama metafórica para tramitar desde lo lúdico los vaivenes de la vida. En una instancia de final de copa todo ocurre muy rápido.
Ahora pienso que en este año tan difícil que nos tocó como familia y en un contexto social tan crudo, este viaje unido a la pasión por Lanús podría resonar de alguna manera positiva. Alojar. Alojar la procesión y sus dificultades en una historia vívida y sintética.
Durante el partido no paraban de llegar fotos al celular de compañeros de laburo, viejos amigos y vecinos de la vida que no son del Grana pero compartieron la ilusión por un día. Hay algo así como cierta noción de justicia, de redención, cuando un club como el nuestro está en una final. David contra Goliat, etc… quizás es una trama un tanto aburrida y trillada para nuestro club. Hay algo paradójico en eso, porque el barrio va quedando chico pero a la vez sigue sonando justo remarcar que somos el club de barrio más grande del mundo.
Crecer sin perder la magia, el juego, la unión, el sentido de comunidad. Crecer y seguir siendo barrio y abrazarse no sólo a los conocidos en la cancha. Ser muchos, muchas. Ser familia y un predio con actividad social. Seguir siendo ese club que une generaciones y que suma hinchas y socios. Un club respetado del que los que se fueron quieren volver para seguir creciendo. Gracias por esta hermosa locura.
