Por Matías Mosquera (@matiasmosquera)
Fort William es un enclave estratégico para recorrer los highlands escoceses. Estación de tren, buena hotelería, uno de los extremos de la mítica West Highlands Highway. No sé si es el primer lugar al que uno elige ir, pero me llegó un reel de un tren que hacía Londres-Fort William, me gustó el nombre y ya es muy difícil que quiera ir a otro lugar, aunque eso implique ir a Escocia sin pasar por el Lago Ness o la Isla de Skye.
Una de las atracciones que tiene es el Ben Nevis, pico más alto del Reino Unido, y meter unos días de trekking me pareció clave para bajar la catarata de información que implica conocer ciudades milenarias. Para el primer día armé una gira bastante exigente que implicaba una caminata de 2-3 hs a un punto panorámico y después unos caminos que llevan a un castillo y a dos pueblos vecinos.
Mientras revisaba las rutas y cómo enganchar bien las variables, Google Maps me tira la señal: si del Cowhill Trail bajamos por atrás, podemos pasar cerca del Claggan Park, casa del mítico, desde ahora, Fort Williams F.C. De golpe, conocerlo es una necesidad que no sabía que tenía.
El fútbol británico tiene un sistema piramidalmente perfecto de ligas. Scottish Premier League, Championship, League One, League Two; y luego viene lo regional, que se divide en Highlands y Lowlands. Dentro de Highlands están: Midlands, North Caledonian y North Region; el Fort Williams FC, al parecer, compite en la North Caledonian, una 7ma división.
Poco de esto importa porque ya terminó la temporada. Pero imagino que les pasa también, cualquier arco que vea suelto por ahí me genera magnetismo, y ni hablar si además hay unas tribunas y un puesto de venta de entradas. De hecho, mientras más rústico y vacío mejor, porque invita a meterse y explorar, ignorando cualquier tipo de convención sobre la propiedad privada. Los clubes son de la comunidad y yo por hoy me siento fortwilliamense.
El clima se estaba poniendo picante, una garúa molesta empezaba a caer, todavía quedaba un largo trecho para completar los casi 30 mil pasos propuestos para el día. Ahí estaba yo, dejando que Mechi se congelara en la espera, caminando de punta a punta por la cancha, intentando registrar cada ángulo y detalle, sentándome en las tribunas y hasta tratando de espiar los vestuarios. Si estoy de vacaciones y tu cancha está más o menos cerca de mi recorrido, sabé que me voy a meter.

Desde que mi algoritmo mezcló Fort William con fútbol, encontré un rabbit hole del que no quiero salir. Existe toda una serie de fotógrafos, cronistas, filmakers y entusiastas que me llenan la lupita de estadios contrahegemónicamente hermosos e incomprobables.
Así llegué a Football Heritage y a una nota en particular de un tal Jonee, que desarrolla una crónica sobre la historia de los estadios en Gran Bretaña y esta tensión entre los grandes escenarios globales que emergen y las tradiciones centenarias de los clubes.
Si algo tienen estas islas, es que sus clubes están emplazados en barrios, representan una comunidad en particular, tanto los grandes como los del fondo de la pirámide. Aunque crezca su fan base, de todas maneras sigue habiendo un núcleo representativo, que para en una esquina, que va siempre a un pub y que le pone color al barrio.
“Ese es nuestro hogar; es nuestro lugar sagrado, nuestro lugar de comunión, no solo con el club, sino con los demás aficionados. Ver a nuestro equipo juntos se convierte en un momento vital de construcción social. Nos beneficia; cambia nuestra perspectiva, aunque sea a nivel microscópico”, escribe este tal Jonee.
“Se puede considerar los estadios como organismos vivos; algunos surgieron a partir de un simple campo embarrado. A su alrededor, surgieron comunidades, mientras que otras cambiaron radicalmente tras un desarrollo más amplio […] Nuestro patrimonio intangible, memoria colectiva y experiencias compartidas están ligados a estos lugares”, agrega. Esa nota ayuda a entender la energía que me atraviesa cuando veo que además de dos arcos hay un par de tablones.
A todo esto, ¿qué es un groundhopper? Algunos lo tenemos claro, pero sé que todavía no es un término masivo. La IA de Google me dice que es “una persona que disfruta visitando y asistiendo a partidos en tantos estadios y campos deportivos como sea posible». ¿Hacer una vuelta larga desde Fort William a Inverlochy para pasar por una cancha semi-abandonada no es groundhoppear? Parece que no, porque no había partido, pero bueno, pega en el palo.
Estos fotógrafos, cronistas, filmmakers y entusiastas de los que les hablo sí lo son, aunque el término ya implica mucho más que un hobby, para muchos es una profesión. Hay cultura groundhopper para ser consumida como contenido (vlogs, reels, podcasts), por lo tanto creadores, y también hay apps, gestores y paquetes para venderle a los groundhoppers no profesionales, o sea turistas cualquiera como yo.
Después de perderme por el norte extremo de Escocia y hacer exactamente lo mismo en el Thurso FC, volví a Londres y me enfrenté a un fin de semana libre y completamente solo. Ya había tachado la Premier League, y en un estadio como el mítico Craven Cottage.
Mi plan, por costos pero también por particularidades mentales que arrastro, era ver algún partido de Championship o League One, y con tres condiciones: 1. Que sea en una costa. 2. Que la ida implique tomarme un tren. 3. No quiero la incertidumbre de la reventa. Agarro el fixture y me tiran Plymouth, Ipswich o Sunderland, los tres en Championship.
Pero hay un problema: es la última fecha y algunos se juegan el ascenso, otros el descenso o simplemente ya no van a ver a su club por un tiempo y está todo vendido. “Ir a la cancha” es un concepto que está en alza, especialmente pospandemia.
De hecho se mezclan los dos conceptos que vengo manejando hasta acá. Por un lado el efecto experiencia, esta necesidad de hacer cosas en el mundo físico y conectarlas con el mundo virtual, subirlo a Instagram o hacer un Get Ready With Me. Por otro, la comunidad, un espacio de encuentro con otros cercanos. Van de la mano y son difíciles de separar porque es una de las formas en las que vivimos. Sin dudas subiré unas historias del partido que elija.
Por suerte Swansea y Millwall no se jugaban nada. El partido no iba a ser memorable (1-0 el visitante en su única llegada), pero sí el tren a Gales y conocer la linda ciudad portuaria de los cisnes. En la memoria me llevé la historia de mis compañeros de tribuna, un grupo de canosos galeses cuyo destino final es morir en Argentina, real.
El galés promedio (que conocí yo al menos) sueña con retirarse en Chubut, en Trelew, Trevelin o Gaiman, con sus compatriotas, tranquilos y lejos de los ingleses. Además me llevé el shop entero Swansea, que remataba todo por ser el último partido. Y también un vaso de vodka que me regalaron a la fuerza los gedientos hinchas del Millwall en el tren de regreso a Londres, muchas pintas más tarde del partido.
Creo que entonces sí soy un groundhopper, aunque ocasional. De hecho les voy a dejar para cerrar un hilo con varios estadios perdidos por el mundo en los que estuve. Ojalá se siga estirando la lista, y ojalá disfruten de esta selección de contenidos solo apta para aquellos que se meten en cualquier cancha o estadio perdiendo horas valiosas de minuciosos recorridos turísticos. También apta para cualquier alma sensible el arte en su estado definitivo.

Este texto fue originalmente publicado el 27 de abril de 2025 en https://matiasmosquera.substack.com/p/veo-un-estadio-y-tengo-que-mandarme