Por Matías Mosquera (@matiasmosquera)
Es domingo y tipo 7 ya abro los ojos, la noche del sábado fue tranquila, pero voy a tirar un rato más durmiendo. 7.40 y ya está. Más allá de las necesidades biológicas irrumpe una cultural: ganarle un espacio a la semana. La tenue fuerza para moler unos granos de café me despierta, el olor activa algunos sentidos.
Prendo una computadora vieja conectada a un monitor y voy derecho a Disney+. No entiendo todavía porqué, pero a veces engancho Serie A en vivo a las 8 o las 8.30. Venezia vs Roma encima, en el pintoresco Pier Luigi Penzo, estadio al que se llega en lancha. Me detengo en las tomas de drone de la isla y los canales, en los colores venecianos que tan bien combinan con el sponsor. Miro con total atención las formaciones.
Es un lindo partido, Venezia tiene la pelota y mejor circulación, aunque le cuesta profundizar. Da la sensación que a la larga, la Roma lo va a ganar con alguna individualidad de Dybala o un buen desborde de Angeliño. El chico Gourna-Douath tiene mucho entusiasmo, está en todos lados, pero es desprolijo.
Me pregunto si John Yeboah, el extremo picante del local, es algo del histórico Tony y descubro que no, pero encuentro algo mejor: John nació en Alemania, tiene ascendencia ghanesa y juega para la Selección de Ecuador. Lo anoto en mi libreta mental, queda fijado.
El primer tiempo termina 0-0, sin muchos tiros al arco. A quién le importa. Podría estar viendo la liga kosovar en el mismo estado contemplativo. Solo me importa estar ahí, con todo el día por delante, pero sin urgencias ni muchas distracciones. Durante las mañanas de domingo el tiempo se detiene. Los movimientos son lentos y la percepción al detalle aumenta.
¿Será esta la solución que hay que ofrecerle a Piqué que tanto se indigna por un 0-0? Que se levante temprano, se ponga una pava de mate y no mire Whatsapp por 45 minutos al menos. Un poco de Twitter quizá, pero sin engancharse con otros temas que vayan más allá de este Venezia 0 – Roma 0 parcial.
Nobleza obliga, es cierto que trasladarse a una cancha, pagar una entrada, comerse todos los protocolos de ingreso y presenciar un partido sin goles, es una experiencia incompleta. Gritar un gol en una cancha es algo de lo que nadie debería privarse. Pero justamente, su valor también reside en su escasez. En lo difícil que es hacer un gol. Y esto lo traslado al fútbol en general.
Es el deporte más difícil de practicar del mundo. Es un ejercicio artesanal, poder manejar un objeto redondo con los pies requiere años de entrenamiento. No tiene mucho sentido que juguemos al fútbol y podamos coordinar tantos movimientos con unas extremidades tan poco versátiles, pero que sea difícil, que sea más fácil destruir que construir, que a veces no salgan las cosas; eso lo hace el deporte rey.
Lo entiendo a Piqué y entiendo el negocio de la atención. Pero creo también que en algún momento, no muy lejano, vamos a chocar contra un límite. El estímulo constante iguala todo. Un partido que termine 107-102 genera lo mismo que un 0-0. Prestarle atención a 200 notificaciones simultáneas es lo mismo que no prestarle atención a ninguna. La dictadura del estímulo está rompiendo la experiencia.
¿Hiciste trekking alguna vez? Caminar horas por una montaña sin el celular te mete en un estado introspectivo y contemplativo que te permiten salir de tu pensamiento (una vez atravesado de punta a punta) para meterte de lleno en las cosas. En la montaña, en el lago, en el cielo, en un tipo de árbol en particular que se repite, en cómo la Roma de Ranieri apela al foul sistemático para cortar las buenas intenciones del Venezia.
En La Sociedad del Cansancio, el filósofo surcoreano Byung Chul Han habla del “Aburrimiento Profundo”, y comenta que “quien se aburra al caminar y no tolere el hastío deambulará inquieto y agitado, o andará detrás de una u otra actividad. Pero, en cambio, quien posea una mayor tolerancia para el aburrimiento reconocerá, después de un rato, que quizás andar, como tal, lo aburre. De este modo, se animará a inventar un movimiento completamente nuevo”. Y no habla de correr, que es un modo acelerado de caminar, sino, por ejemplo, de bailar.
Para llegar al paso de baile, es necesario aburrirse primero. Aburrirse de caminar, de correr, hasta empezar a hacer movimientos completamente distintos. El fútbol es una danza, pero esto también aplica a cualquier actividad cultural humana. Los grandes logros de la humanidad (la ciencia, la filosofía, la literatura, el fútbol), se deben a una atención profunda y contemplativa. Foco.
Walter Benjamin, citado por Byung Chul en este mismo ensayo, le atribuye al aburrimiento un peso clave a la hora de la creación. Benjamin llama al aburrimiento profundo “el pájaro de sueño que incuba el huevo de la experiencia”.
Según él, “si el sueño constituye el punto máximo de la relajación corporal, el aburrimiento profundo corresponde al punto álgido de la relajación espiritual. La pura agitación no genera nada nuevo. Reproduce y acelera lo ya existente.” Expone que “el aburrimiento es ‘un paño cálido y gris formado por dentro con la seda más ardiente y coloreada’, en el que nos envolvemos al soñar”.
No creo que desde la contemplación de un 0-0 pueda gestar mi sueño más grande. De hecho tampoco me reprocharía si me quedo dormido. Aunque sí quizá en ese aburrirse se esté cocinando a fuego lento la experimentación superadora de la épica de un 4-3 sobre la hora. O simplemente sirva para hastiarse y darse cuenta que el asado con amigos que tengo más tarde es realmente un planazo.
La pirámide que sí
El periodista español Axel Torres escribió el año pasado un artículo genial al que suscribo profundamente: “¿Por qué os molestan los partidos malos?”. Axel estaba entusiasmado por la jornada de repesca para entrar a la Euro 2024, pero cuando tuiteó al respecto le saltaron con el hate contra las selecciones que no aportan nada.
En esos partidos había un Luxemburgo vs Georgia, un Grecia vs Kazajistán o un Ucrania vs Bosnia. «¿Quién quiere ver a Georgia?», le preguntan. “Bueno, yo lo quiero ver. Si Georgia se metiera en la Euro estaría jugando su primera fase final y eso sería historia del fútbol. Y yo quiero ver todo lo que es historia del fútbol”, se responde.
“No es obligatorio verlos, si te molestan puedes obviarlos. Las competiciones deportivas están pensadas para que compitan por la victoria participantes de distintos niveles, no para que todos los partidos que hay en ellas sean consumibles para el público que busca el mayor de los espectáculos«, sigue Torres. Y esto me apasiona porque es el mismo debate que el 0-0 pero a escala de organización de campeonatos. Por qué tiene que existir un Arsenal vs Olimpo, un Almería vs Granada, un Luxemburgo vs Georgia. Bueno, porque sí.
Entiendo que Real Madrid vs Manchester City es un partidazo, y probablemente tenga muchos goles, desbordes vertiginosos y lujos a máxima velocidad. Pero empezaría a perder valor si el fútbol solo se compone de una Superliga en donde los 10 mejores del mundo juegan todas las semanas entre sí. Se normaliza, se devalúa. Y esto para mí ni siquiera es el argumento más sólido.
Estoy convencido de que el fútbol es el fútbol por dos razones: Es posible de jugarse y replicarse en cualquier lugar con muy pocos elementos, y está sustentado sobre una sólida base piramidal de mérito deportivo. Mientras más cerca de estas proclamas esenciales nos mantengamos, más arderá su llama (el VAR por ejemplo, nos aleja).
Así como en cualquier rincón del mundo podemos juntar algunos amigos y armar arcos con buzos, el fútbol genera cierta sensación de que cualquier grupo de personas que forme un equipo y cumpla ciertos protocolos puede competir contra cualquiera.
Ortigoza pisándole la pelota a Cristiano Ronaldo, el arquero suplente del Sutton comiéndose un sándwich contra el Arsenal, Grecia ganando la Eurocopa. Nos fascinan estas historias, son fundamentales para la narrativa. La ilusión de posibilidad en el fútbol es más fuerte que en cualquier otro deporte.
Fácticamente es posible que cualquier club u organización barrial llegue. Las ligas se alimentan constantemente de equipos del fondo de la pirámide, algunas con caminos más rígidos y otras más fluidos; así como también se habilitan las Copas inter-categorías que tanto nos fascinan.
Más aún a nivel selecciones, todos los países del mundo tienen la oportunidad de disputar su lugar en el Mundial. Deberán sortear más o menos instancias, la mayoría quizá nunca lo consigan, pero existe la posibilidad y esa esperanza horizontal crea un círculo virtuoso. Una ilusión de cercanía que iguala a los hinchas de todo el mundo. Algo que con los sistemas cerrados tipo NBA no existen.
Ese 0 a 0 que le da sentido a mi existencia un domingo a la mañana y el Georgia vs Luxemburgo que le importa a Axel son dos pilares fundamentales para que un Argentina 3-3 Francia tenga 12.07 millones de telespectadores en el mundo. Pero bueno, para eso hay que aprender a aburrirse.
Referencias
- ¿Por qué os molestan los partidos malos? – Axel Torres en Diario As
- La Sociedad del Cansancio – Byun Chul Han
Este texto fue originalmente publicado en https://matiasmosquera.substack.com/p/la-importancia-de-saber-aburrirse
