Por Julián Maciel (@JuliGranatee)
Arranco estas líneas con una mezcla de sentimientos. Es emocionante el desafío de intentar explicar qué significa Lanús y esbozar las razones del sostenimiento de la institución con el correr del tiempo, después de consumada la proeza de eliminar a Fluminense en un escenario icónico como es el Estadio Maracaná.
No es sencilla la tarea, se vuelve un dilema. ¿Cómo hacer que tu amor y tu mirada periodística sean asuntos separados? No tengo la menor idea. Capaz, el atrevimiento me lleva a creer en lo único certero de esa pregunta: ambas cuestiones se constituyen como un estado, como algo consistente en sí mismo. Si se alejan o se acercan, lo dejaré a criterio del lector.
Siempre fui devoto de que nos falta sumar algún título más a nivel local. Dos ligas para el crecimiento exponencial que tuvo en estos últimos 20 años resulta poco, diría que es hasta injusto (sin menospreciar la calidad de los campeones).
Lanús, le pese a quien le pese, hace tiempo dejó de ser un equipo chico. Ya no es más aquel que causaba simpatía. Ni tampoco ese que en cada excursión a La Fortaleza, se transformaba en un dolor de cabeza con posibilidad de irse derrotado o con un angustiante empate. Es un club de los que se pueden considerar “medianos”, la altura de Estudiantes, Rosario Central, Newell´s, Vélez, Argentinos.
Suena exagerado, cuando tres de los últimos cinco equipos nombrados levantaron una o más Copas Libertadores, e incluso tuvieron el honor de transformarse en campeones del mundo. Sin embargo, la vara no siempre se debe fijar en los títulos, que si bien marcan un status, tampoco demuestran las últimas realidades.
Sin ir más lejos, ¿cuánto hace que los denominados “equipos grandes” suman más decepciones y amarguras -algunas ya son constantes- que felicidad o algarabía? En ese devenir de los relatos, desde Cabrero y Guidi la consideración de estar dentro de los tradicionales no es cuestión de exceso de fanatismo personal. Es lo concreto.
Hace 33 años que no desciende. Todos sus vecinos zonales en ese lapso temporal transitaron esa sensación, salvo Racing. En estas tres décadas, las vitrinas se vieron brillantes: una Copa Sudamericana, una Copa Conmebol, dos campeonatos domésticos (imborrable sandunga a San Lorenzo, en el 2016, en el Monumental) y dos copas nacionales.
Esto claro, sin contar la reparación histórica que procedió desde la enorme gestión y tarea del Museo Granate para que la AA determinara la validación de la Copa Juan Domingo Perón de 1955, justamente en octubre del 2024. El total de siete estrellas lo catapultan como la tercera entidad deportiva más ganadora del Conurbano Sur, detrás de Independiente y Racing. En mi querido barrio, a eso lo llamamos prestigio.
En materia deportiva el asterisco pendiente se llama Copa Argentina, un contratiempo del Granate que incluso bordeó papelones insólitos (0-1 v. El Porvenir en 2024 y la famosa victoria por penales ante Barracas Central en Salta, allá por el 2012).
Los ojos, en este año, se posaron hacia dicha competencia como una de las más seductoras. Agregado especial para la escuadra de Pellegrino: fue uno de los últimos de bajarse de la triple competencia, detrás de planteles más costosas como River y Racing. El destino lo emparejó con contendientes que por nivel o inversión lo exigían al máximo. Justamente en El Cilindro de Avellaneda, lejos de su mejor versión, se tuvo que despedir.
El prestigio también se contruye reponiéndose rápido de las falencias históricas o actuales. Y vaya que se hizo. El club, peleando en lo alto de la Zona B (4° con 17 unidades, a 5 del líder Deportivo Riestra), se dio el honor de escribir una de sus notas más importantes el pasado martes.
No era una llave más, por varios motivos. Primero, el rival con su jerarquía, inversión, nombres fuertes y palmarés como argumentos razonables. Segundo, un entrenador que nos arruinó la noche más soñada (por ahora): Renato Portaluppi, ex técnico de Gremio en el 2017. Tercero, el Maracaná como un recinto emblemático que se pisó por primera vez y le agregó épica deportiva a una serie hipercompleja. Y cuarto, el aliento resumido en el hashtag #TodosJuntos.
Hay insignias que respetamos a rajatabla. Somos un club familiero, somos el Club de Barrio más Grande del Mundo. Somos un club que a sus socios vitalicios los mandamos en clase ejecutiva en un chárter rumbo a Brasil. Porque como dice una canción, tuvimos que aguantarnos los palos recibidos. No solo entre 1979 y 1981, sino también en Rio de Janeiro con la maldita policía que siempre nos recibe amablemente a los argentinos.
Porque hay una estrella en el cielo que nos hizo crecer, se llama Ramón Cabrero y nunca la olvidaremos. Él es el padre de la criatura, que inició con esa camada del 2005 y evitó que volviésemos a una promoción. Su visión y decisión nos permitió disfrutar del surgimiento de nombres que sentaría las bases para futuro y que es un leitmotiv en estos pagos.
Así se formaron ídolos como Diego Valeri, Agustín Pelletieri, Eduardo Salvio, Lautaro Acosta y Carlos Izquierdoz. Ellos guiaron a apariciones del nivel de Julio Soler, José Manuel López, Tomás Belmonte, Pedro De La Vega o Braian Aguirre, y hoy tenemos un mediocampista todo terreno como Agustín Medina o el héroe del Granacanazo, Dylan Aquino. Pero créanme, hay muchas joyas que todavía no se conocen. Las inferiores son nuestro motor económico, nuestro ADN, nuestro #OrgulloGranate. Todo germinado en (como yo lo denomino) El Teatro de los sueños. La Cancha 2 del predio es una fábrica que no detiene su maquinaria.
Porque sos la alegría de mi corazón. Porque Granate es el color de mi corazón y la sangre que me corre por las venas. Porque de la mano de mi viejo (en mi caso de mi vieja Patricia o de mi abuelo,Tito) así yo te conocí. Porque escuchen los jugadores lo que le pedimos. Porque nunca nos vamos a olvidar de dónde venimos, nos fuimos al descenso, nunca te abandoné, muchos campeonatos con vos festejé.
Ojalá prontamente pueda ampliar qué es Lanús. De lo que estoy seguro es que mi deseo es el deseo de toda una ciudad feliz.
